Kinhome Jones no ha pasado muy buena noche porque ha estado hasta tarde dándole vueltas a un asunto. Pero no pasa nada. Ya lo tiene todo claro. Se ha levantado a la hora exacta, sin remolonear, se ha duchado y se ha colocado su traje negro ajustadito. Ha peinado y repeinado su melena y tras considerar un día más la posibilidad de retocarse la barba asilvestrada ha pensado que ya otro día. Porque hoy tiene algo que hacer y cuando hay algo que hacer, lo mejor que se puede hacer es hacerlo. Y ya está. Y teniendo el pelo limpio y que la ropa no huela a demonios, lo demás tampoco es tan importante. No es una regla o un canon de belleza. Esto no aparece en ningún libro o revista, pero al menos, como punto de partida no está mal.
Kinhome Jones se planta en la calle y echa a correr. Corre por una calle, gira a la derecha y coge una calle ancha y sigue corriendo. Pasa dos o tres cruces de calles y se planta en una rambla. En esa rambla sigue y sigue corriendo, corre como un antílope, avanza veloz aunque la rambla hace una pequeña cuesta. Porque las ramblas tienen que hacer pendiente, porque si no, no son ramblas. Y sigue corriendo cuando llega al final de la rambla, para embocar por otra calle, que sigue subiendo hacia arriba, hacia arriba, pero sin dejar de correr en ningún momento. El cabello se le ha desarmado de nuevo, la melena se le desparrama por la cara, el pelo se le echa para delante y para atrás. Con esos zapatos de rejilla, parece imposible que Kinhome Jones pueda correr tan grácilmente, pero Kinhome Jones es capaz de eso y de más. Sigue corriendo hasta llegar a la cima, al punto más alto de la ciudad, corriendo incluso por esas calles tan empinadas que tienen esos escalones tan así que no hay manera de subirlos andando sin parecer bobo, o esas escaleras tan estrechas que es imposibles no subirlas sin poner cara de miedo, esas, esas escaleras, también las sube Kinhome Jones a la velocidad del rayo. Corriendo. Al llegar a la cima del pueblo saca su peine del bolsillo y se peina y repeina la melena.
Toma un poco de aire y emprende el descenso, corriendo nuevamente. Coge una de las calles más empinadas para coger el máximo de velocidad posible. Sigue corriendo por una calle, dobla a la derecha, otra vez a la derecha, a la izquierda. Las calles son cada vez menos escarpadas y es más gustoso correr. Kinhome Jones está corriendo ahora de manera más suave. Menos impetuosa. Porque está un poco cansado. De hecho está bastante cansado. Porque el esfuerzo se paga. Habrá estado corriendo una hora aproximadamente, a buen ritmo, y eso quieras que no, seas Kinhome Jones o la Virgen de Fátima, tiene que cansar. Corre y corre y sigue corriendo por paseos, avenidas, calles, callejuelas. Y corre, y corre. Y no deja de correr. Durante otra hora más recorre corriendo un buen número de las vías públicas de la ciudad. Muy bien, Kinhome Jones. Es la hora de actuar.
Kinhome Jones saca nuevamente el peine del bolsillo, se peina y se repeina, y se dispone a entrar en la sala de conferencias donde un eminente economista y , titulado y retitulado, con un cargo cuya traducción al castellano sería interesante hacer constar pero que nadie se ha molestado en realizar, está dando una charla sobre la capacidad de las empresas para adaptarse a las nuevas condicionesdel mercado, las oportunidades para los emprendedores, el libre comercio, la libertad, la libertad para establecer normas, la libertad de enriquecerse, de aprovechar las oportunidades, las oportunidades, los nuevos tiempos, las nuevas formas, lo nuevo, la libertad, el libre albedrío, la voluntad, la voluntad de ser mejores, de ser competitivos, de estar en el mercado, de ser fiables, de ser así o asá, de bla bla bla y tal, de la empresa, de la rentabilidad, de los costes, del negocio, de los nichos de mercado, del consumo, del despilfarro, de las trabas, los impedimentos, las costas, los costos, los costes, el copón santo, la bicicleta, el balón, los santos apóstoles y la tarara sí la tarara no. Turno de preguntas.
Kinhome Jones, repeinándose y repeinándose, se dirige al conferenciante, un jovenzano con el pelo despeinado, camisa de cuadros y barbita cuidada, informal, fresco y deportista, y le dice 'mira, maestro, yo pensaba que cansándome, con la mente floja, podría tragarme el tema, pero es que tampoco'. A continuación Kinhome Jones, se levanta, va hacia el conferenciante y antes de que la seguridad le pueda decir nada, se escupe en la mano, se la pasa por la cabeza al chavalote y le dice peine en mano... 'y péinate'.
Un poco raro este tipo. La que se ha cansado de correr he sido yo que acabe agotada. (He hecho footing durante 14 años) Desde luego hay conferencias infumables.
ResponderEliminarUn abrazo
Cada cop em cau millor aquest home! jajaja :))
ResponderEliminarEsto lo coge por banda Tarantino y ni le cuento lo que hace con kinhome Jones.
ResponderEliminarBuenas noches, monsieur
Bisous