Antas Nekermann encuentra a la vuelta de la esquina lo que tú y yo nunca encontraremos justo detrás de esa esquina. Esa esquina ya no existe. Tú y yo ya no iremos nunca por esas calles de Nueva York, porque las han tirado y ahora hay otras calles. Unas calles que ahora mismo parecen tan antiguas que uno podría imaginarse que han estado allí siempre. Y no es así. Antas Nekermann dobla la esquina y se encuentra con un hombre muy corpulento. Un hombrón. Y este hombrón no le hace caso, pero Antas Nekermann le nota algo familiar. Sin duda es un error, porque el hombrón no tiene nada que ver con Antas Nekermann, no es de su país, no le conoce de su vida anterior, pero algo ve Nekermann en él que le resulta conocido.
Se gira y le llama. 'Oiga, oiga'. Le habla en húngaro. Todavía no sabe inglés. Le habla en alemán. Tampoco responde. El gigantón es un inmigrante como él, un italiano que ha llegado desde Calabria y que trabaja en una lavandería. El gigantón llegó hace tantos años que prácticamente ya no conoce el italiano. No responde cuando le hablan en otro idioma. Sabe que en su barrio hay mucha gente que viene de muchos sitios, y que si tuviera que darles conversación y prestarles atención a todos, no tendría tiempo para nada. Antas Nekermann, le toca el brazo para conseguir llamar su atención del todo.
El hombretón se gira y mira a Antas Nekermann desconfiadamente. ¿Qué quiere ese tuerto que lleva la cara marcada y tiene pinta de no tener un miserable centavo en el bolsillo? Se gira y entonces Nekermann le habla en un alemán tosco. El hombretón sigue sin entender nada. ¿tanto se diferencia el alemán mal hablado del inglés mal hablado de un italiano? No tanto.
El italianón entiende algo como 'ayuda', 'ayuda'. Y el italianón sabe que si ayuda a uno tiene que ayudar a muchos. Se hace el interesado. Le mira fingiendo interés y cuando el pobre Antas Nekermann parece querer argumentar su petición de ayuda le suelta su poderoso puño cerrado desde arriba y le pega tal golpe en la cabeza que lo deja inconsciente. Quiere irse corriendo, como si allí no hubiera pasado nada. Pero entonces ve a un niño que le ha visto pegarle a aquel pobre tipo tuerto. El niño le mira con ojos asustados y se pone a llorar.
Ah, el corazón humano. El sensible corazón de las personas que puede ser quizás el único motivo por que merece la pena que los seres humanos sigamos en pie. Ese corazón que nos empuja a cometer los actos más viles, los más nobles, los más extraños, los más... en fin. Que el italianote gigantesco, coge a Antas Nekermann como si fuera un saco y lo lleva a cuestas hasta la lavandería en la que trabaja.
Allí, lo deposita en una silla y espera a que se vaya espabilando poco a poco mientras que él comienza con su trabajo. Un trabajo que no es muy sacrificado y para el que no necesita ser necesariamente el armario que es. Atiende a los clientes y les recoge los pedidos. Los clientes están encantado son el italianón. Le tienen respeto. Poco a poco va despertando Antas Nekermann. La gente lo ha estado mirando con aprensión. Cuando despierta mira a su alrededor y se encuentra perdido, no sabe cómo ha llegado hasta allí.
Se pone a llorar. Está destrozado. No sabe dónde ir.
El italianón está tentado de darle otro golpe en la cabeza para que se calle.
Vaya,qué difícil hacer amigos por allí.
ResponderEliminarEstá usted narrando los comienzos de la mafia o algo así?
ResponderEliminarNo sé, Tolya, llevo mucho tiempo desaparecida y ya no sé qué se cuece por aquí. Espero que algo rico. Y también tener tiempo para degustarlo esta semana :)
Buenas noches
Bisous
qué alegría verla otra vez por aquí, madame.
Eliminarbisous!!
Bueno esto va tomando tintes tragico-cómicos. Pobre hombre. ¿Que más le queda por pasar?
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