Caminando con Jesús la otra mañana le pregunté que qué tal. Y me contestó que de aquella manera. Y yo le dije que porqué. Y me contestó que no estaba bien. Le pregunté que si había pasado algo y me dijo que sí. Le pregunté que si quería hablar del tema. Me contestó que no sabía, que le daba un poco de cosa. Le dije que qué cosa le podía dar, si era Jesús, que nada malo podía haber hecho y que no entendía cómo alguien como él podía tener algo que ocultar. Pero me miró un poco de aquella manera y entendí que sí, que realmente algo había pasado. Me pidió que no se lo contara a nadie y yo le dije que siendo él Jesús, por mucho que yo lo callara, su padre se estaría enterando en ese mismo momento. Me dijo que, si, que ya lo sabía, pero que su padre tenía que... bueno. Que me empezó a contar.
'Estaba yo un día sentado en una piedra, cerca de la casa de mi padre, de mi padre José, cuando se me acercaron dos personas con un atuendo especial. En torno a sus hombros llevaban una suerte de chaleco adornado con unas bandas que parecían de plata. Ambos portaban largas túnicas como la que puedo llevar yo, pero encima se vestían con esos chalecos. En un momento, uno de ellos, cuando se encontraban a tan sólo dos metros de donde yo estaba meditando y cavilando sobre mi desdichado y a la vez glorioso porvenir, chasqueó los dedos y se hizo de noche. Alarmado, vi como los chalecos brillaban como si hubiesen tornado su material hacia otra cosa. No supe entender lo que era hasta que, omnisciente como mi otro padre, supe que aquello era un chaleco reflectante. El individuo, que todavía no sabía yo cómo se llamaba, pero que enseguida averigüé que su nombre era José Carlos Adamuz Reguera, natural de Cocentaina pero residente en El Prat del Llobregat, casado con Montserrat Fernández Fernánez y con dos hijas llamadas Alba y Marta, y que no sé cómo ni porqué había ido a parar a mi tiempo y a mi lugar, y se presentaba ante mí con un fuerte olor a anís saliendo de su espectro facial, chasqueó de nuevo los dedos y se hizo de día, con lo que el chaleco reflectante dejó de brillar. El tal José Carlos me miró y se rió. El otro individuo, al que no me tomé la molestia de tomar filiación alguna, se acercó a mí de la misma manera y chasqueó a su vez los dedos. Lo mismo, se hizo de noche inmediatamente y sus chalecos brillantes volvieron a hacer su efecto. Por allí no pasaba nadie a aquellas horas. Era por la tarde y todo el mundo estaba recogido en su casa. Pudieras pensar que estaba anocheciendo y que a ello se debía el numerito, pero no, no era tan tarde para eso. Ellos, con un chasquido de dedos provocaron en varias ocasiones que se hiciera de noche y que volviera a ser de día. Cuando se cansaron se saludaron chocándose las palmas de las manos sonoramente, se rieron sonoramente, y se marcharon caminando también sonoramente.
Fue entonces cuando un sentimiento desconocido se apoderó de mí. Me habían estado vacilando. ¿Tú sabes lo que es vacilar? ¿Que te vacilen? Pues eso. Así que me levanté y les llamé. 'Esperad un momento, que os voy a dar mi bendición, hermanos', les dije. Y me levanté y bueno... Ellos irán al cielo y yo, pues que el cielo me juzgue'.
Como ya habíamos llegado al sitio al que íba, le dije a Jesús que bueno, que esas cosas pasan y que tampoco tenía que preocuparse, que por una... y me dijo Jesús que si pero que 'se empieza con una y parar...'.
hahaha ara em diràs que Jesus era humà!!
ResponderEliminarPerò jo l'entec, que això de que et vacil·lin fa molta ràbia...
ptns!
Oiga, que le ha afectado la peli del tigre. Se empieza así y se acaba cantando espirituales a pleno pulmón con los negros en la iglesia.
ResponderEliminarImaginación no te falta desde luego. No se de que va pero en vez de esos personajes podía cabiarlos otros cualquiera:-)
ResponderEliminarUn abrazo
Lo cierto es que ya no se respeta a nadie y en nuestro tiempo me temo que hasta el pobre Jesús hubiera pasado por un sin techo cualquiera al que las autoridades corrieran a porrazos (baste su melena larga, sus barbitas y sus ropas holgadas). Que su padre nos coja confesados a todos.
ResponderEliminarPD. Por cierto, caballero, sí que le veo yo a usted con patillazas y bigotes a juego, de esos al estilo de Alfonso XII jejejeje