Ya es oficial, se ha acabado el verano. He pillado el primer constipado en toda la regla de la temporada, por lo que podemos dar clausurada la época de calores y despreocupación, y bueno es que en estos días de incertidumbre, tanto climática como de toda índole, así como de torrentes de mocos, volvamos la vista a uno de los sentimientos más firmes del hombre y también de la mujer, claro. Hablamos del romanticismo y de su frenesí. Y lo hacemos con un relato de Luis Luis Pedrano, de corte autobiográfico, titulado 'Huevos al gusto', que sirve para lo que te dije y más.
'¡Cuánta suerte tuvo el malogrado Don Luis José Luis! Cuando una fría mañana del mes de febrero, llegó una carta por la cual la señorita Almenarita de la Greñosa accedía a su petición de mano y comprometía una boda para tres meses después, la sangre brotó de manera abundosa del corazón de don José Luis como hacía décadas que no lo hacía. En su frío caserón estepero don Luis José Luis había visto como se consumían los mejores años de su adolescencia y juventud. También la madurez empezaba a escapárserle entre los dedos mientras decidía a qué dedicar su vida y su fortuna, rico heredero de un negocio de vinatería que funcionaba por sí mismo como aquel que dice. Don Luis José Luis consideró que era el momento de, al menos, buscarse compañía para la vejez y envió cartas de petición de mano a unas cuantas solteras de la zona, que él pensaba que se desharían en ataques de histeria disputándose el honor de desposarse con él. Pero no fue así y tan sólo doña Almenarita contestó afirmativamente. Era doña Almenarita la hija mayor de los señores de Fríasmientes, antaño acaudalados potentados locales y en ese momento, poco menos que hijos de algo, que pese a todo seguían comportándose como reyes persas, doña Almenarita inclusive. Sus mejores años de lozanía eran un nebuloso recuerdo cuando llegó aquella carta de Don Luis José Luis, en la que pedía su mano. Habiendo muerto sus padres hacía unos pocos años, doña Almenarita tampoco estaba dispuesta a quedarse sola sin compañía y sin nadie a quién hacerle soportar sus remilgos, mohínes y altanerías. Así pues, consideraron que debían casarse el uno con el otro. Concertaron una primera cita galante en un parque de la capital provincial. Allí tenían que verse una tarde en la que la primavera asomaba muy, pero que muy tibiamente, por entre los cipreses, cuando de repente, a don Luis José Luis, le sobrevino una idea terrible. Él, que nunca había saboreado las locuras de juventud, que jamás había cortejado, quería experimentar los tormentos del amor, quería hacer un alarde amoroso, quería la tortura que le había privado un encierro estepario muy mal explicado. Así que se armó con una pistola que guardaban de cuando la guerra contra el Francés y fue a la cita. Se sentaron ambos en un banco del parque, pasearon después, y volvieron a sentarse. Hablaron, departieron, sonrieron, comentaron que si el frío, que si las hojas de los árboles, que si sus padres murieron muy jóvenes, que si la edad, que qué me va a contar... y de repente, sentados otra vez cerca del kiosko del parque, don José Luis sacó la pistola y dijo... 'si no me dice usted que plato es su preferido enseguida, soy capaz de volarme la cabeza...'. Lo dijo con una sonrisa en la boca que hacía presumir que iba de farol, por impresionar. Doña Almenarita contestó... 'los huevos al gusto', casi sin voz en el cuerpo, impresionada, asustada y alarmada. 'Pronto empezamos con los numeritos'. No le daría tiempo a pensar más cosas de su futuro esposo por que éste, de dedos gordotes y sudorosos, no acertó a sacar el índice del gatillo y se le disparó la pistola, yendo a parar su bala justo a la mandíbula. Muerte casi instantánea.'. Y allí mismo, en el mismo lugar, doña Almenarita, en estado catatónico e imbuida también de las ideas del amor loco de su prometido, que tanto daño hacen, cogió la pistola y se disparó a su vez en el pecho. Milagrosamente, lo que parecía un arma de un solo disparo, resultó de dos sin que nadie se explicase porqué, y otra bala le atravesó el corazón. El amor, que no sabes por dónde va a salir.'
Pues con los mocos por delante se empaña un poco el romanticismo, monsieur. "Huevos al gusto" tampoco me parece el título más idóneo para una obra romántica, pero bueno, por lo menos resulta rompedor. Ahora bien, si la primavera asoma tibiamente por entre los cipreses, ahí ya nos metemos en situación, sí señor. Eso ya va siendo idóneo para experimentar las torturas del amor, mucho más que los mocos.
ResponderEliminarAhora bien, si me lo permite, tal final más bien corresponde al género negro. Porque claro, si él hubiera muerto porque ella no le confesaba que su plato favorito eran huevos al gusto, entonces sí. Pero si se lo había dicho pero luego hubo un accidente, más bien alguien había manipulado el gatillo para llevárselo por delante y tal vez apoderarse de su herencia antes de que pudiera casarse y dejar un heredero. Lo de la segunda bala refuerza las sospechas: por si fallaba lo de él, por lo menos que muriera ella, y así no se podrían casar igualmente. Porque el asesino sabía que, como era una historia romántica, ella intentaría suicidarse al ver la desgracia de él, claro.
Feliz tarde, monsieur
Bisous
solo falta la Montespan trucando la pistola!!
Eliminarbisous!!