El teniente Jamestron nos lo dijo de buena mañana. 'Tú y el agente Brianson. Rápido, tenéis que ir a la calle Wilfredstein con la Catorce y recoger a un testigo que ha de declarar en el juicio por el asunto del Alcalde Pattison. Daos prisa por que el juicio es a las doce del mediodía. Rápido, no perdáis tiempo'.
Así que Brianson y yo, cogimos el coche y nos encaminamos a la dirección donde vivía el testigo. Por el camino no vimos demasiado tráfico. Llegamos bien de tiempo, pero cuando llegamos... no había aparcamiento. Pensábamos, como siempre, dejar el coche en la puerta, pero no sé por qué, no había sitio para dejar el coche. La calle era estrecha y tampoco podíamos dejar el coche en doble fila por que tapábamos la circulación. Le dije a Brianson, 'da una vuelta a ver si podemos dejar el coche por ahí'. Y avanzamos despacito mirando a ver si había un hueco donde dejar el coche un momento. Nada. Ni un sitio. Le dimos una primera vuelta a la manzana, y, no sabemos cómo ni por qué, no encontramos aparcamiento. Increíble. Jamás nos había pasado nada igual. 'Mira, mira, allí, parece que ese va a salir del coche'. Un tipo con un sombrero y un maletín, que parecía sacado de una película de los años cincuenta, parecía sacar las llaves con las que abrir la puerta de su Ford Mustang del 65, pero no, estaba buscando en su llavero una navajita suiza con la que abrir el maletín que llevaba. No se iba. Seguimos avanzando. 'Ahí se puede aparcar, sargento Pérez, voy a ver si entra el coche'. Pero no entraba. Se trataba de una salida de emergencia de una sala de fiestas y para un rato podíamos haber dejado el coche, pero no cabía y seguimos dando vueltas. Ya llevábamos media hora. El móvil no dejaba de sonarme. Era el teniente Jamestron llamando para preguntar si habíamos recogido al testigo. Eran las once y cuarto y todavía no habíamos aparcado. Y no había sitio. ¿Qué carajo pasaba en esa calle que no se podía aparcar? Me fijé en que sorprendentemente no había parquímetro, no se cobraba nada por aparcar. Debía ser la única calle del centro de Nueva York en la que eso podía ocurrir. No es posible que pudiera pasar. 'Mira, mira, ahí hay una madre con los niños. Seguro que va a coger el todoterreno ese...'. No, la mujer iba a un garaje. 'Pues, mira, aunque sea así, déjalo también en un garaje, donde lo tiene la mujer mismo'. Y nos dirigimos hacia allí, quisimos entrar, pero justo en ese momento entraron tres coches antes que nosotros y el parquing estaba lleno otra vez. Maldita sea, qué contrariedad. El tipo del garaje tampoco nos dejó meter el coche provisionalmente, dijo que no quería tener problemas si al coche le pasaba algo. Otra vuelta, una vuelta más, no había aparcamiento. El teniente Jamestron llamaba como una furia. Con razón. ¡Qué pasa! 'Mi teniente, el aparcamiento, no podemos dejar el coche...'. Finalmente, le dije a Brianson que me dejara bajar, que recogería al testigo y que lo llevaría en taxi.
Subí a por el testigo y éste estaba leyendo tranquilamente el diario. Faltaban quince minutos para que comenzara el juicio. Estaba en pijama, se había olvidado de la cita. Con los nervios no sé si le abofeteé. Supongo que sí. Caracoles. Cuando bajamos a la calle, no pasó un taxi libre hasta una hora y media después. Cuando llegamos a la sede del Tribunal... en fin. Dos meses sin empleo y sueldo y la placa la conservo porque mi padre sirvió en Corea con el abuelo del teniente Jamestron.
¿No se llamaría el testigo Tolyanson, por casualidad?
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