Recogeremos a continuación -y supongo que durante algunos días- el relato, algo extenso, del escritor Benito Repojo Ostiz titulado 'Espantosas escenas de la vida de Quirino Barrantes'. Este texto ha sido galardonado con el IIIVIII Premio de Narrativa que ofrece la Fundación Caja de Ahorros de los Montes Floros, y nos ha llamado mucho la atención básicamente por que tenemos un cuñado que trabaja en dicha Fundación, el cual nos ha hecho llegar el texto que les referimos a partir de ya mismo:
'Quirino Barrantes se levantó de la cama dispuesto a iniciar una nueva vida. Los asuntos en los que anduvo envuelto no funcionaron. La mujer a la que quiso se había aburrido de él. Aquel negocio no prosperó. Tuvo que dar un paso atrás. Si no llegas, bajas. Volvió al pueblo de sus padres, a Villastanza de Llorera, con la intención de tomar impulso. Pasaría allí unos meses hasta que su situación se apañara y su ánimo se serenase, y volvería después a la ciudad para comerse el mundo. Ese era su plan. Sus padres hacía tiempo que no vivían en el pueblo, que se habían trasladado a la ciudad y allí habían hecho toda su vida útil, pero... pero qué les estoy contando. No les interesa para nada. Es Quirino Barrantes el protagonista aquí. Aquella mañana Quirino Barrantes se levantó y fue a prepararse un desayuno. En la nevera halló leche y huevos, así como un pollo envasado al vacío. Un pollo entero. Cogió la leche y procedió a calentarla. Volvió a abrir la nevera y cogió un par de huevos para hacerse una tortilla francesa. Un desayuno extraño, pero era lo que había. Estaba calentándose la leche cuando comenzó a pensar... ¿y ese pollo?
Volvió a abrir la nevera y comprobó que dentro había un pollo. Envasado. Quirino Barrantes había llegado a Villastanza de Llorera la noche anterior, en tren, y sólo había abierto un pequeño colmado, el de la señora Gratáñez, que estaba las 24 horas medio abierto medio cerrado, ya que aún cuando estuviera abierto ella estaba en la salita de su casa, adyacente al colmado, desde donde vigilaba si había clientes esperando o no. Cuando estaba cerrado, uno podía siempre hacerse el despistado y mover la cortinilla para ver si, porque la señora Gratáñez abriría seguro. Así que allí compró, de emergencia leche y huevos Quirino para hacerse al menos un desayuno. ¿Pero el pollo?
La casa de Quirino Barrantes había sido la de sus padres, pero allí no vivía ya nadie, salvo temporadas que pasaba un hermano de Barrantes algo mayor que él durante la época vacacional. Su hermano, Aquilino, no había pisado la casa desde dos meses atrás, en el verano. Allí no vivía nadie. Comprobó la fecha de caducidad del pollo y vio que estaba todavía por caducar. Quirino Barrantes empezó a darle vueltas al asunto del pollo mientras se tomaba la leche. Se hizo la tortilla francesa y se la comió. Le faltaba pan. Se había olvidado del pan. Se vistió, no sin antes volver a abrir la nevera y mirar el pollo. Revisó la nevera por si había algo más escondido. En el congelador no había nada. Sólo el pollo. Repasó. Se bajó del tren y saludó al encargado de la estación, que había sido amigo suyo de la infancia, Valentín 'el renfes'. Hacía mucho que no se veían. Valentín 'el renfes', vivía en los edificios contiguos a la estación, donde su propio padre había trabajado. 'El renfes' le contó que se había separado de la mujer y que no estaba tampoco pasando una mala racha... y para quitar hierro, entre risas, 'el renfes', le dijo que ni siquiera tenía un pollo bajo el brazo como él. El pollo.
Osea, que el pollo ya lo traía de casa. Es verdad. El pollo. Lo había comprado el día de antes y ya no se acordaba. Con el trajín. Los nervios. A ver si una vez en el pueblo se centraba un poco.'
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