Cada mañana, antes de que salga el sol, salgo a la terraza y toco el arpa durante unos minutos. Estar concentrado pulsando este instrumento de dioses, me hace entrar en no pocas ocasiones en sintonía con el universo. Con el Cosmos. El Cosmos era el equipo en el que jugó Pelé durante unos años. El fútbol en los Estados Unidos no tiene mucha implantación. O igual sí que la tiene y lo que pasa es que como lo ven sólo latinoamericanos, no se considera un deporte de primera. No sé. Me puedo mover en toda una serie de conceptos y tópicos que me dan para todo el día. Así que tocar el arpa me sirve para intentar, al menos, quitarme de encima toda esa serie de pensamientos convencionales y crear otros que sean míos. Originales. No sé tocar el arpa. Pulso las cuerdas, de vez en cuando rasgo, dejo que suene y resuene... y es ese sonido el que me hace viajar. Viajar por los espacios insondables que llena el... insondable es que no los puedes... que no los puedes... medir con un sónar será. Será. No lo sé. Es sencillo, lo miras en el google y todo sale. Será el sónar y la posibilidad o no de medir algo con el sónar lo que hace de los espacios algo insondable. Tocando el arpa estoy, como digo, durante unos pocos minutos. Los suficientes. Porque la medicina tiene una posología determinada. Y se debe administrar cuando toca. Toco el arpa un rato y lo dejo. Cuando dejo el arpa, cuando ya no estoy tocando el arpa, cuando la medicina ha sido suministrada, soy una persona diferente. Me he limpiado y me he convertido en una entidad distinta. Pero siempre la misma. otro concepto y otra frase que se pone por que sí. Como todo. Al final uno tiene que deberse a su público. Pulso las cuerdas, me limpio y sigo adelante. Todos los días. Y ya en comunión con todos vosotros os digo que estoy dispuesto a que me llevéis a cuestas rodeado de roscas de pan. Por una tradición que ahora no viene al caso, eso es así. Yo intento todos los días, tocando el arpa, un arpa que no sé tocar, entenderlo, concentrarme, ser distinto, pero una vez y otra, no puedo dejar de serlo. Cuando termino de tocar el arpa, algo me ocurre que me paraliza. Me deja como acorchado. Quizás, pienso, es la tenebrosa perspectiva de un nuevo día que viene por delante a demostrarme una vez más que no vale uno para nada. Y me paralizo, me quedo rígido, y vienen a buscarme. Y es cierto que uno podría reflexionar algo más antes de que las cosas pasen. Pero es lo que hay. Me quedo así. De esta manera que os estoy indicando. Mirad la figura. Repasad el índice. ¿Dónde está mi cámara? No la veo. Es igual, supongo que me estarán filmando. ¿Si o no? Me vienen a buscar los vecinos que han acudido a una supuesta llamada de mi arpa. Porque yo con el arpa no quiero llamar a nadie, pero oiga, hay gente que lo entiende así. Como una llamada. Y uno no es quién para decir qué o qué no. Así que vienen, todos los días, rompen la puerta y me cogen como desesperados. Me agarran de donde pueden, me colocan en una plancha, me enderezan y empiezan a pasearme. Y así se pasan todo el día. Estando acorchado no siento sed ni hambre. Cuando ellos consideran necesario soltarme, me devuelven a mi casa. Al cabo de poco, ya oscurecido todo, vuelvo a mi ser natural. Poco dotado para la reflexión como estoy, no me planteo cómo puedo arreglar todo esto. Supongo que pienso que al día siguiente la vida me dirigirá a otra parte. Pero... a veces pienso. ¿Y si todo esto lo hago conscientemente? ¿Y si realmente toco el arpa, me paralizo y me hago de madera, para que venga la gente y me pasee en alzas? ¿Y si soy realmente así?
Y algunas noches, no puedo dormir y todo del disgusto. Menos mal que al día siguiente, patatín y patatán.
Ji, ji
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