Soy una persona que vive del rigor en lo que dice. Soy una persona que ha de basar su porvenir en la fiabilidad de lo que expone. Si digo, por ejemplo, que el color amarillo es sinónimo de buena suerte y no lo es, me estoy jugando mi futuro. Si digo, por ejemplo, que tal o cual ha hecho estoy en realidad no lo ha hecho, estoy siendo poco profesional. Si digo, a modo de broma, que nosequién ha fallado en tal asunto y en realidad su labor ha sido más bien torpedeada por oros, estoy cavando mi propia fosa. Todo eso lo he hecho y más. Soy un ser humano de boca caliente al que le gusta decir las cosas que a mí me suenan bien. Que sea gracioso, ocurrente, ágil, impactante... y luego ya veremos qué tienen de verdad o de inexactas mis aseveraciones. Afirmo, juzgo y, pensando que, precisamente, mis criterios no son seguidos por nadie, me veo en las mayoría de las ocasiones, pidiendo disculpas. La vida, la terca y tozuda vida, me colocaba en mi sitio. Un sitio en el que no pasa nada y en el que lo más fácil es que si dices algo, por decir, tenga todos los números de ser falso, erróneo, poco trabajado. De mal en peor. Nadie me creía. Nadie contaba conmigo. Y la presión me hacía ir a peor. La necesidad de acertar provocaba en mí más errores.
No soy religioso, no creo en que haya nada más que lo que vemos y hacemos, no entiendo lo sobrenatural, pero pedí consejo a una amistad que sí que bebía en esas fuentes de lo espiritual y energético. Lo que no vemos. Me dijo que aprendiera a controlar mis energías, a medir mis pasos, a ser consciente de mi lugar en el mundo, a no figurar si no a pensar. A la salida de la cafetería en la que habíamos quedado, y con la esperanza de que sus palabras hicieran mella en mí, cogí el metro para volver a mi casa. A mi lado se sentó una señora que hablaba por teléfono. Iba explicándole a un familiar que tenía que decirle a otro familiar que tenían que irse a la torre ese fin de semana, pero sin que enterase una hermana que al parecer no era de su agrado. A la señora se la veía muy dispuesta, con un plan muy concreto para manejar a todos sus familiares en una operación de movimientos y despistes. La señora concluyó su charla telefónica con un tremendo 'y si te dicen algo, tu dí que lo he dicho yo y ya está'. La señora colgó el teléfono y me miró. Y lo supe, era Baal.
Y me dijo: 'Sí, espera tu momento, mortal. Sí, controla tu energía. Sí, averigua cuándo y el cómo. Pero lo mejor que podrías hacer es no decir nada. Es vivir sin decir nada. Mucha gente lo hace. Viven sin que su opinión merezca la pena. Sé uno de ellos. Rebaja tus pretensiones. Si no vales, no sigas. Si no tienes esa habilidad, si eres un vago y sólo te fías de tu originalidad, abandona. Sabes que no llegas. Sabes que no estás. Vive, campea, reflexiona si quieres, pero hazlo para ti. Y a otra cosa. Tengo otra llamada'.
Oh Baal! ¡Oh, Gran Baal! Eres siempre directo y capaz de desentrañar los problemas más...
- Ay, mortal. ¿Crees que eso es un problema? ¿Quieres un problema de verdad? ¿Quieres que deje en tus manos que el tiempo como lo conocemos se rija por los parámetros habituales que yo decidí en su día? ¿Quieres que gobiernen los invertebrados? ¿Quieres que me haga omnipresente? ¿Quieres tener problemas?
Oh Baal! No diré nada más y me dedicaré a lo que me tenga que dedicar... ¡Oh Gran Baal!!
Tienen sanatorios psiquiátricos en Sta. Coloma? Na, es por saber... ¡Y digo, digo, y digo soy! : P
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