miércoles, 1 de octubre de 2014

Punto de fuga

Ven un momento, me dijo. Colócate aquí, encima de esta alcantarilla. ¿Encima?, le dije. Sí, pon los dos pies encima de la alcantarilla, al menos uno sólo si no te fías de que se te hunda, que no va a pasar.
Habíamos estado dando una vuelta sin mucho sentido. No encontrábamos nada abierto y lo poco que había tampoco es que nos estimulara demasiado. Entonces fue cuando se quedó un momento parada delante una tienda de abalorios, que tenía la persiana bajada por cierto, y me dijo aquello.
Aquella calle llevaba en obras desde tiempo desconocido y se había levantado, abierto, cerrado, vuelto a abrir, redefinir, pavimentar, etc., provocando primero la sorpresa en la población, la indignación consecuente a cualquier trastorno en la circulación provocada por la actuación del poder municipal, y luego una cierta indiferencia y resignación. Sea como sea, aquella alcantarilla no me había llamado la atención jamás, pese a pasar sobre ella un millón de veces, no le había visto nada especial. En fin, como uno es de fácil mandar, puse no uno, los dos pies sobre la alcantarilla y casi inmediatamente me dijo 'cuidado ahora'.
Supongo que esto es algo bastante habitual, porque estamos hartos de leer y escuchar historias sobre lugares que tienen una magia especial y que nos llevan a otro sitio. Un sitio físico o mental. Un lugar o un estado. Esto lo tenía yo más que visto. Pero lo que me pasó fue otra cosa.
Yo era una persona muy convencional. Había quedado para tomar algo con alguien y no me planteaba nada más que eso, pasar un buen rato, unas risas, etc. Habíamos hablado de música, de los conciertos de la temporada, de un par de cintas de casette que ambos compartíamos... todo muy normal. Pero fue poner los pies en la alcantarilla y transformarse todo en otra cosa muy distinta.
Lo normal hubiera sido que me hubiera pasado algo. Que, por ejemplo, por efecto de algún efluvio que ascendiese de la alcantarilla me encontrara indispuesto, o que viera cosas raras, o que realmente la alcantarilla se hundiera y me viese obligado a visitar el submundo de galerías y recovecos que debe haber bajo nuestro suelo. No sé, que algo extraño y fantástico hubiera pasado. Que quizás el reflejo de la farola contra el escaparate de la tienda de todo a un euro y medio provocase un efecto como el que Borges comentó en El Aleph y servidor pudiera contemplar todo lo que el gran mundo tiene que ofrecerle. Hubiera sido ciertamente gracioso.
Pero nada de eso. Ella, (no lo he dicho, era ella), aprovechó mi estado de expectación ante lo que podía venir, para salir corriendo.
Como un antílope.

2 comentarios:

  1. Muy amable, me alegro que le gusten.
    Los gyotakus son muy fáciles, se puede poner ud mismo en casa, no hace falta gran cosa.

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  2. Una cita fallida... No se preocupe, habrá otras.

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