lunes, 20 de octubre de 2014
Solidaridad Obrera
...y no es que no quiera reconocerle a usted que no lleva razón, pero me gustaría contarle una cosa para que comprendiera que a veces, las situaciones se dan de una manera en las que uno se encuentra con la solución a los problemas sin necesidad real de intervenir. Como ya sabe, poseo buena parte de las acciones de la principal industria ferretera del país y de tanto en cuanto, me gusta pasearme por alguna de las fábricas que conforman el conglomerado que dirijo. En una ocasión, por hacer algo y distraerme dado que paso buena parte de mis días encerrado en este club charlando con gente como usted, a la que tengo aprecio, pero que no son ni de lejos exponentes del verdadero pueblo que nos sostiene, quise acudir a la factoría de segmentos pericontornados de la provincia de Szmertzen. Y quise hacerlo como si fuera un trabajador más que acude a su puesto de trabajo, con el objeto no de enterarme realmente de lo que ocurre, ya que no es necesario abundar en que esa información ya la poseemos gracias a nuestros informadores internos, si no, simplemente, por vivir una experiencia nueva. Ser un trabajador, vivir un día una jornada laboral completa. Presentarme en la factoría a tal hora, entrar con el resto de obreros, hablar con ellos, y, de paso, analizar en qué se puede mejorar la producción desde dentro y sin filtros. Pues bien, fíjese usted que sorpresa, no bien comenzó mi jornada laboral falsa, uno de los obreros se me acercó para decirme que ya estaba cansado, que había acudido a él un compañero llamado Vizenowsky para decirle que yo era un topo, un infiltrado de la policía que quería recabar información sobre las actividades del sindicato. Vaya, pensé, mi aspecto debe llamar demasiado la atención. Entonces, el obrero, que se presentó muy amablemente como Antón Korda, me previno de la desconfianza de la gente de su entorno hacia cualquier persona que se acercase a ellos de forma amable y confiada. Me contó que en el sindicato estaban acostumbrados a recelar de todo y de todos y que a mí me habían visto con una sonrisa en el rostro mientras apretaba unas clavijas y que en seguida habían previsto que una persona contenta en una fábrica como aquella no podía ser otra cosa que un infiltrado, que un falso trabajador. Un compañero real jamás sonreiría por sonreir, no gastaría la broma que yo gasté al entrar sobre el frío o sobre el calor, o sobre lo bacheado del camino, o sobre el aspecto patibulario del capataz Chobanek. Un compañero real no se abstendría de recriminar automáticamente a otro compañero por haber saludado de forma amistosa a Janosz Burmann, el anarquista, cuando todo el mundo sabe que ese mentecato no tiene ni idea de lo que es la verdadera lucha y se pasa el día bebiendo y soltando barbaridades. Un compañero real... Y fíjese que así me fue relatando toda una suerte de pequeñas miserias, desconfianzas, enfrentamientos, rencillas, peleas, aislamientos y abandonos que me reconfortaron más que cualquier otra cifra que hubiera extraído en un recuento de la producción. Están enfrentado entre ellos, no se hablan, no quieren verse, se huyen, lo tenemos todo a favor. Así que no sea tan tremendista, déjeles que jueguen con sus organizaciones y sus propuestas. Precisamente le iba a hablar de editar un libro de un joven estudiante de ciencias políticas que...
No, pues yo creo que el razonamiento ese de que una persona contenta en una fábrica así era sospechoso, no iba mal. En realidad es verdad que la cosa tiene algo raro.
ResponderEliminarFeliz día, monsieur
Bisous