En la Universidad de Fruningen están que trinan. El profesor Oiermeister, rival enconado del doctor Almayr y siempre dispuesto a la insidia más pérfida, ha publicado un artículo en la revista 'Nueva percepción', que ha dejado estupefacto a todo el mundo porque no sabemos realmente qué se ha tomado el profesor Oiermeister, qué suceso ha acaecido del que no hayamos tenido noticia o qué ocurre realmente en la Universidad de Fruningen que no hay semana que no salga alguno con una patochada.
'Seré muy directo y no me andaré con rodeos. No tengo ojos. El motivo principal de mi animadversión contra el doctor Almayr y su teoría sobre La Mirada Ovoide tiene su objeto principal en que no tengo ojos. Tengo ojos, cómo no voy a tenerlos, pero no miro. Veo, pero no capto. Mis ojos sufren desde que era niño un defecto que he catalogado como 'Visión no homologable a lo que se considera visión desde el punto de vista escolástico, por lo que no se puede decir que esto sea visión, si no más bien una leve percepción de la realidad que no puede considerarse ni visión, ni nada'. Resumiendo, no veo. Tengo ojos, que están puestos en su sitio y estos ojos miran y fijan en mi cerebro una serie de imágenes que poco o nada tienen que ver con la realidad. Bueno, esto le pasa a todo el mundo, realmente. Pero lo que a mí me sucede es que veo imágenes del pasado. Veo por ejemplo pasar los coches por la avenida Westfalia y lo que estoy viendo es a las tropas del emperador Federico Guillermo marchando hacia París. Veo un grupo de personas discutiendo sobre el último partido del Borussia Dortmund y lo que estoy viendo es realmente a un conciliábulo de romanos intentando perpetrar el asesinato de César. Ante mí hay una mujer que está escogiendo un puñado de plátanos en una frutería y en mi cabeza está Marie Curie haciendo experimentos que se me escapan. Pero esto no es todo. Lo peligroso es estar en casa, ya que entonces son escenas cotidianas las que vienen a mi mente. He visto escarbarse en los dientes a Napoleón Bonaparte. Depilarse los genitales a la reina Isabel II de España. He visto defecar incontables veces al general Bernardo O'Higgins. He visto hacerse tocamientos realmente inmorales a Adolf Hitler. Esas imágenes vienen a mi mente toda vez que estoy en mi casa y me dirijo al lavabo, a la cocina, al cuarto de la televisión, a mi despacho. Las escenas se reproducen en mi mente de una manera realmente fiel, para nada borrosa o difuminada, y si dirijo la mirada hacia otro punto de la estancia, sin solución de continuidad y sin que haya ningún salto de escena, todo cambia y el escenario histórico es otro. Esta situación ha sido soportable para mí porque mi odio hacia el doctor Almayr y su peregrina teoría sobre La mirada ovoide, absolutamente falta de consistencia, no tenía ni punto de comparación con lo que a mí me estaba sucediendo. Mi vergüenza y mi posición de estricta observancia de la ciencia sin dejarme llevar por los cantos de sirena de extraños poderes o fuerzas que sugiere el doctor Almayr, hizo que considerase mi defecto, mi tara, como algo que debía tapar. Sin embargo, la gota que ha colmado el vaso y que me ha hecho estallar ha sucedido durante esta semana. Asistí como oyente a una conferencia del propio doctor Almayr que realizó en el Aula Magna de la Universidad cuando, como es normal, mientras él hablaba, en mi mente se formó otra imagen. Y era la del propio doctor Almayr. Jamás le había visto. Fue un momento. Un instante. Pero mi defecto visual, mi tara, parecía haberse disuelto. El miedo a que esta percepción maravillosa que encierro en mi interior un día desaparezca totalmente y todo quede en el olvido, en algo que jamás supo nadie, es lo que me obliga a hablar ahora. Por ejemplo, ante mí, mientras escribo esto, estoy viendo a la faraona Hatshepsut con un gripazo de mil demonios jurando en arameo, aunque ya sé que no es en arameo. Y me da pena perder este don. Y por eso lo cuento. Siento los daños causados por...'.
De verdad, de verdad.
Según comenzaba a leer, pensaba que mi mirada debía de ser también ovoide, pero luego caí en la cuenta de que, aunque las cosas que veo vayan más o menos en la misma línea, son algo más glamourosas. Entonces no sé si es que la mía es trapezoidal o qué. No me gustaría, porque me parece una forma muy incómoda y acabarán doliéndome los ojos.
ResponderEliminarFeliz tarde, monsieur
Bisous
Ha abordado un tema muy interesante. Todos no vemos lo mismo. Yo tengo una amiga que tiene mirada ovoide, y oiga, estamos en el mismo lugar, pero ella ve más allá. Es un don sin igual.
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