Hay días que no, pero hay días que sí. Recogemos un texto, casi a salto de mata y porque nos ha llamado mucho, mucho la atención que alguien haya conseguido registrar un momento así y que haya pasado tan desapercibido. En fin.
'Reunidos en la ciudad de Jerber los integrantes del Consejo Mundial de Expertos en Cosas Bonitas* con el único objeto de dilucidar de una vez para siempre, cuál es el momento en el que la HUmanidad ha alcanzado en su conjunto el grado máximo de felicidad y de comunión completa con el Cosmos, se produjeron intensos debates que no llegaron, como ya podemos columbrar, a ningún puerto, ni bueno ni malo. Los testimonios y las pruebas, algunas muy convincentes y otras más o menos sacadas de la manga, se iban sucediendo y ninguno de los integrantes del Consejo Mundial conseguía convencer a sus homólogos sobre qué y cuándo y en qué consistía. Uno de los integrantes de dicho Consejo era un miembro díscolo del mismo. Ernie Third llevaba una vida algo extraña. Sí que era miembro del Consejo, pero no había renovado el carnet, había dejado prácticamente de acudir a las reuniones, se le veía muy poco, andaba siempre perdido, estaba en otros asuntos. Algunos miembros del Consejo no dudaban en reclamar su expulsión. Otros, esperaban una explicación de Ernie Third, porque le seguían teniendo en cierta estima. Sea como sea, aquel día, enterado del asunto que se trataba, Ernie Third acudió a Jerber para contar su caso y proclamar a todas luces que él, y sólo él, tenía la solución al dilema presentado. Que no era tal dilema, que era un reto y un asunto y los asuntos y los retos se arreglan de maneras, a veces, insospechadas. Así contó Ernie Thrid lo que contó 'sin duda, no pestañeo ni esto, miren mi cara porque es la misma cara que tenía entonces y muchos se sorprenden, todos la verdad, cuando me ven llegar a los sitios, porque es la misma cara que mantengo y aunque a vosotros, infelices, os llegara la ola unos instantes, a mí me dura. Y no es que me dure porque me diera fuerte, si no que vivo en la felicidad más enorme que ser humano pueda vivir. Porque yo lo ví y yo lo sentí. Eso es lo que pasa. Que estaba allí mismo. Y lo recibí todo. Y si acaso alguien tuviera dudas de lo que esto significa, aquí estoy para volverlo a contar. Porque contarlo no es vivirlo, claro. Eso lo sabe todo el mundo, pero contarlo es ser feliz otra vez. Porque yo soy feliz desde entonces y esa felicidad ya no se lleva, es una felicidad de otro tiempo, que les pasa a otros. Otros que son diferentes de nosotros y ya no están en este plano, no son de carne y hueso. Soy una persona que ya no es la que era. A veces pienso que tampoco estoy en mi carne ni en mi hueso, desde ese mismo día. Es el día más feliz de la historia de la Humanidad. Y se lo cuento otra vez si quieren, porque no sé si lo he contado ya, porque en mi cabeza está siempre ese momento y a veces hablo sólo y no sé si lo cuento o no lo cuento. Lo cuento ahora. En forma oral. Y cierro los ojos y aún lo veo. Yo la ví bajarse del tren. Yo sabía que vendría en tren. Lo sabía. Pero no me imaginaba que podría ser así. Podía adivinar, así como si lo soñase, que podría ser así de maravilloso. Pero no así. Maravilloso. Esa palabra. Palabras que yo antes no decía y ahora voy soltando. Palabras que ella dice. No me doy cuenta. O sí. Decir sus palabras es otra vez verla bajar del tren. Ella bajando del tren y riéndose. Ese momento. Ese momento es el momento. El momento en el que ella se baja del tren y me ve en el andén y se alegra de verme. Ojo. Ese es el momento. Ese. Anoten. Ese momento en el que ella, baja del tren, salta el escalón, va avanzando por el andén, con la risa esa que tiene cuando se ríe y está contenta y viene hacia mí y se alegra de verme. Es ese el momento. Si lo revivo muy fuerte, puede ser que noten que algo pasa. Siempre pasa. A mí me está pasando ahora. Es acordarme de ese momento, a veces, siempre, es acordarme de la risa esa que tiene y cuesta discernir si ese es realmente el momento más feliz de la historia de la Humanidad, porque puede ser que sea ahora mismo otra vez. No puede serlo, claro, porque ella no está aquí ahora, pero sí que está presente el recuerdo de su risa. Una risa y una sonrisa. Siempre presente. Debería verla todo el mundo reirse. Yo he visto esa risa en el andén viniendo hacia donde yo estaba y yo no recuerdo si caminaba yo hacia ella o no. Desde ese día ya no hay otra cosa. Suena espeluznante, amigos, pero no hay nada más. Es esa risa. Intentar que no pierda esa risa, nunca. Hay días en los que yo me pierdo. La risa. Ese momento. Verla, radiante, feliz, bajarse del tren, riéndose, contenta porque estaba allí. Eso. La risa. Hagan lo posible porque esa risa no se vaya. Porque dudo bastante que esto, todo esto, el tinglado este que llamamos universo o mundo o lo que quiera que sea, pueda avanzar lo más mínimo sin el concurso, sin el recuerdo, sin lo que sea, de su risa. De ella. Que esté contenta, que esté feliz, porque sin eso esto no va a ninguna parte. Yo lo intento, lo intento de verdad. Hagan algo por esa risa. Ya sé que lo hacen, pero que no se les olvide. Sin esa risa, no hay nada. Qué feliz. Qué feliz, madre'. Y Ernie Thrid abandonó la estancia y no esperó a que nadie dijera nada, porque como dice la placa que recoge aquel día, el día más feliz de la historia de la Humanidad, ya estaba designado y el Consejo Mundial de Expertos en Cosas Bonitas sufrió muchos cambios. Muchos cambios. Y se dedicaron a buscar maneras de preservar la risa de aquella que una vez Ernie Thrid vio bajarse del tren. Con esa risa.'
Perdón por el retraso, A. Cinco días después. Feliz 8 de mayo.
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