martes, 16 de junio de 2015
Gorteza
Su rostro era como un festival de colores de esos que salen en las fotos de la gente que va a los festivales de colores, o como cuando vas en el metro y la gente joven y divertida vuelve de un festival de colores. De esos colores que se pintan en la cara. La cara de Estevita Darién era eso y algo más. No se me da bien describir la belleza femenina, no es algo que ocupe mis pensamientos. Era guapa como un nosequé. Tenía la luz del mediodía en su visaje, Era la mujer más bella de los contornos. Tenía los ojos muy grandes. Era bajita pero tenía su qué. Cosas así. Estevita Darién era una mujer de mucho, pero mucho y bien. Y a todo el mundo encantaba. Conoció a Gorteza en un viaje en autobús, de cuando Gorteza iba a buscar aquellos zapatos que tan bien le quedaban y sentaban. En ese viaje en autobús, Estevita Darién, que por entonces contaba con unos cuantos años más que Gorteza, entabló conversación con este por un tema banal. El fresquito del autobús. El frío. Un tema de conversación que a Gorteza siempre le había parecido fascinante. Así como otros consideran que el frío, el calor, la lluvia, el aire, el dolor en la rodilla, son conversaciones intrascendentes, Gorteza consideraba, siempre para sí mismo, que daban para mucho. Y así, cuando Estevita Darién, con esa cara que parecía mil soles vivos mismamente, comenzó a quejarse del frío, Gorteza iluminó asímismo su propio rostro para contestar que 'el frío que hace es consecuencia del aire, el aire acondicionado que ha supuesto un invento del mismo demonio y que ha condicionado la evolución de nuestros cuerpos y la de nuestros hábitos y de nuestras enfermedades. Lo que ocurre es que, sin el aire, ya no podemos vivir, el aire acondicionado nos proporciona este fresco, pero también cierta sensación de artificialidad, así somos conscientes de que la vida que vivimos es otra, distinta, no es la real, siempre somos perfectamente conscientes de que el aire acondicionado nos asegura una vida que no es tal, y ese frío, ya no es un malestar por el cambio en el clima que nuestro cuerpo tolera, del calor, mejor dicho, sino que es una conciencia cierta de que, al final, todo lo que tenemos es falso, no vale'. Estevita Darién miró sorprendida la explicación del joven Gorteza, entonces, y le estampó sin más un beso en la mejilla. Un sonoro beso en la mejilla que dejó marca de rimmel y que ella misma limpió de la cara de Gorteza con un dedo. Estevita Darién se bajó en una parada del trayecto que llevaba a Villastanza de Llorera, en concreto en una parada que dejaba a la gente que vivía en una alquería cercana, en una pedanía, en un pueblo de colonos, quién sabe. Gorteza nunca había estado allí. Eso pasó hace muchos años. Estevita Darién era mucho mayor que Gorteza, quizás rondara ya los cincuenta y tantos. Y era, sin embargo, esplendorosa mujer, luminosa y colorida, realmente fascinante. Estevita Darién debería llevar muchos años muerta, o al menos no debería tener el aspecto que presentaba cuando se cruzó en el camino de Gorteza en aquel tiempo. La puerta. Llamaron a la puerta. La mujer que estaba al otro lado de la puerta y que llamó a la puerta de Gorteza no era Estevita Darién, pero yo les cuento quién era Estevita Darién, porque Estevita Darién es muy importante para conocer lo que tiene Gorteza con las mujeres y muy pocos saben, como hemos podido comprobar a lo largo de este relato.
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