Carina Ocáriz esperó unos veinte minutos a que llegara la agente Ruipérez, que, ya avisamos, es absolutamente intrascendente en el transcurso de esta historia, si es que hay una historia en todo esto, que empiezo a dudar yo mismo que lleve a algún sitio. Carina Ocáriz fue haciendo preguntas a Gorteza, que no tenía ningún inconveniente en contestar. Preguntas que iban dirigidas a saber qué grado de amistad tenía con el peluquero muerto, si se conocían de hace mucho, si sabía de alguna pareja del peluquero, si él mismo tenía alguna relación con el peluquero… Gorteza contestaba a todo con rapidez y sinceridad, porque no tenía mucho que ocultar. Gorteza iba al peluquero a cortarse el pelo. No sabía nada más del peluquero ni de la vida de nadie. Carina Ocáriz recibió a Ruipérez, que pidió un vaso de agua, y esperó a que su superior hiciera las preguntas y pesquisas pertinentes hasta que ésta dio por terminado el interrogatorio y se fueron ambas. Gorteza las despidió en la puerta ofreciéndose a colaborar en lo que fuera necesario y, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo ganas de dejarse caer un rato en el butacón. Tuvo miedo. Por primera vez, tuvo miedo real de quedarse traspuesto. Así que decidió hacer una cosa que desde hacía mucho tiempo le venía rondando la cabeza. Fue al Híper Santos. No recordaba cuando abrieron el Híper Santos, ni quién lo regentaba, pero siempre pasaba por su puerta camino de la plaza recordándose que debía entrar en este Híper a comprar y, de forma totalmente impensada, cuando volvía a pasar por su puerta de camino a casa, olvidaba qué debía hacer allí, pasando por la puerta del Híper sin comprar. Gorteza esta vez hizo propósito de enmienda y una vez en la puerta del Híper, entró en el Híper. El Híper Santos pertenecía a una cadena cooperativa de supermercados que prometían ofrecer productos siempre con un precio por debajo de la media, con la premisa de que muchos de sus productos no eran de marcas conocidas y que los productos frescos adolecían de esa calidad y excelencia que preside la oferta del pequeño comercio y la gran superficie, sin duda alguna. Para la gente de Villastanza de Llorera, el Híper Santos presentaba contradicciones evidentes. Por un lado, fastidiaba al comercio de la señora Petronila, un honrado colmado con ‘de todo', pero caro como un cristo, o al tienducho de Oliverio que contaba con casi de todo, pero con dos dedos de mierda en cada lata. El Híper Santos ofrecía precio e higiene, más trato impersonal, dado que los cajeros y dependientes no eran de Villastanza. Pecado. Gorteza entró en el Híper, como decimos e hizo un repaso mental de lo que necesitaba para su desempeño y supervivencia mínima, incursionando en el establecimiento de una manera muy decidida. Pan, huevos, fiambres varios, paquetes de salchichas, papel de váter, rollos de cocina, botes con líquidos de limpieza, latas, productos lácteos varios, algo de carne para congelar, croquetas, colacao, pan de molde, chocolate, ensaladas en bolsa, preparado para el caldo, una botella de vino tinto, una botella de vino blanco, latas de cerveza, gaseosa, pasta, arroz, sal, harina, volvió a pasar por la zona de productos lácteos para curiosear y acabó picando con la cuajada, plátanos, naranjas, un par de peras, vasos de plástico, hielo, limones, en la parte de los congelados devolvió unos sanjacobos y cogió en cambio buñuelos de bacalao, pizzas de barbacoa y de cuatro quesos de las más baratas, nocilla aún a sabiendas que luego la nocilla no se la comía a tiempo y… recordando la acción de untar, volvió a los lácteos y tras dudar entre la mantequilla y la margarina, acabó decidiéndose por la margarina como siempre, pilas, pipas de calabaza, un champú anticaspa, un gel de baño de olor indefinible, pasta de dientes, un par de cepillos y un cepillo para el pelo que le hizo gracia porque tenía un dibujo… Gorteza descubrió que se sentía bien comprando. Gorteza se preguntó por qué no iba nunca a comprar. Estaba parado en mitad de un pasillo y la agente Carina Ocáriz se lo encontró mirando fijamente un paquete de cereales para echárselos a la leche que Gorteza solía comer pero sin echárselos a la leche. A Carina Ocáriz, sin saber porqué, le gustaba que Gorteza fuera así como era Gorteza. Y le asustó.
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