- Gorteza, ¿qué tal? ¿Comprando un poco?
- Ah, hola. Sí. Aquí estoy, comprando. Como ha visto usted, no tenía mucha cosa en casa.
- Muy bien, pues le dejo que siga usted con lo suyo.
Gorteza se fijó en que Carina Ocáriz le había dirigido la palabra, pudiendo no haberle dicho nada. Gorteza se extrañó un poco y pensó que le estaban vigilando. Fue a la caja para pagar y, como siempre, reparó en que no tenía dinero suficiente para todo. En el Híper Santos ya estaban acostumbrados a que Gorteza no tuviera dinero. ¿De qué vivía Gorteza? Todos en Villastanza de Llorera tenían más o menos la idea de que cobraba una pensión por tonto. Así, por tonto. Una paguita por que se había quedado tonto de alguna manera y que el Estado le mantenía. Pero con esa paga Gorteza no tenía para vivir con mucho desahogo. Y cuando iba a comprar siempre se quedaba corto de dinero. La gente lo veía y sacaba conclusiones. Lo cierto es que Gorteza se había ido de la realidad, de la vida cotidiana, hacía mucho y ni él sabía de dónde salía el dinero en un sobre que todos los primeros fines de semana de mes aparecía en su buzón. No era una cantidad muy elevada, pero le daba para ir tirando. No se preocupaba de esas cosas. Devolvió unos cuantos artículos en la caja, no precisamente los más imprescindibles y se fue para su casa a prepararse algo para comer. Estaba en ello cuando llamaron de nuevo a la puerta. Gorteza sabía que era una mujer. Carina Ocáriz no había podido resistir la tentación de ir de nuevo a casa de Gorteza. Por ir. Por mirar. Por estar un rato más mirando a Gorteza hacer nada, hacer algo, quedarse dormido, lo que fuera. Gorteza dejó lo que estaba haciendo, en principio colocar cosas en los respectivos armarios y nevera, y fue a abrir la puerta. Allí estaba Carina Ocáriz. Hola de nuevo, Gorteza, venía a hacerle un par de preguntas más, porque hemos encontrado un indicio que quizás usted nos podría... ¿puedo pasar? Gorteza se hizo a un lado y dejó entrar a la policía. Carina Ocáriz le pidió a Gorteza que no dejara lo que estuviera haciendo y que ella simplemente le iría haciendo unas cuantas preguntas. Lo de las preguntas era una simple excusa, no había indicios nuevos, no había nada. Gorteza sacó unos cuantos pimientos y un poco de esto y de aquello, la barra de pan... y buscó en los cajones un cuchillo para cortar. Con el cuchillo en la mano cogió la barra de pan y se dispuso a cortar un trozo. Agarró el cuchillo desde abajo del mango y se le escapaba, cuando cogía el cuchillo de manera correcta era el pan lo que no tenía bien sujeto. Cuando conseguía adecuar la posición de la barra de pan a la forma de su mano en una línea perpendicular y perfecta, el cuchillo se le escapaba de la otra mano. Cuando a duras penas conseguía sujetar de una manera digna ambos elementos, introducía el cuchillo de tal manera en la barra de pan que no había manera de proceder a cortar nada. El cuchillo simplemente se movía dentro de la barra de pan, no coincidiendo la parte cortante del cuchillo con el sentido de... Carina Ocáriz enseguida se dio cuenta de que con esa traza, Gorteza era absolutamente incapaz de rebanarle el pescuezo a nadie, de una manera tan perfecta y profesional como lo había hecho el asesino del peluquero. Gorteza seguía peleándose con el pan, destrozando la barra, cuando a Carina Ocáriz ya no le quedó más remedio que coger otro cuchillo y cortar ella la barra de pan. Gorteza se apartó unos pasos para dejar actuar a Ocáriz. Con la excusa de ir a buscar unos vasos que tenía en el comedor, salió de la cocina y se sentó un momento en el butacón. Estaba muy cansado y se quedó medio medio, mientras oía a Ocáriz cortar el pan y sacar de la nevera un trozo de queso y del armario una bolsa de pasta. Una sensación de paz absoluta le invadió, como un bienestar desconocido. Y entonces vio de nuevo a aquel que había visto ya antes, a aquel al que una vez vio y que le marcó la vida, al que había visto de nuevo en aquel sueño en el que había gente jugando a las cartas y hablando, volvió a verlo en una peluquería. Todo era como cuando él iba a ver al peluquero, la misma sensación de relajación y confort. Aquel hombre estaba manipulando el cabello de alguien, de una mujer. Miró al espejo y vio que era Carina Ocáriz la persona a la que estaban cortando el pelo. Ella estaba tan tranquila, con los ojos cerrados y una dulce sonrisa de felicidad en el rostro. Entonces, aquel hombre, que no era otro que Rípodas, miró al espejo, del espejo a los ojos de Gorteza, empuñó la navaja de barbero que llevaba en un bolsillo, la mostró al espejo haciendo énfasis en cómo la estaba empuñando de forma correcta y acto seguido la clavó en la cabeza de Carina Ocáriz. Concretamente en la frente de Carina Ocáriz, abriendo luego el cráneo de ésta como si fuera una sandía, de adelante hacia atrás. Lógicamente, Gorteza se despertó sobresaltado. Carina Ocáriz se había cortado un poco en un dedo. Nada grave.
Uy, qué sanguinarios estamos. Miedo me da usted estos días.
ResponderEliminarPero hay una frase que capta la esencia de la vida misma: "cuando cogía el cuchillo de manera correcta era el pan lo que no tenía bien sujeto". Así es siempre. La eterna historia. Y cuando aprendemos a sujetar bien el pan, vamos y nos morimos.
Feliz comienzo de semana
Bisous