miércoles, 24 de junio de 2015

Gorteza

A Rípodas no le extrañó tanto el comentario de aquella extraña mujer como el beso en si. Un beso en la mejilla no tiene por qué tener nada de especial, es un beso casto, un beso que puede no significar nada más que un saludo, un reconocimiento. En todo caso, puede ser sustitutivo de otro beso con mucho más significado. Puede que demos un beso en la mejilla queriendo dar otro beso. Puede pasar. A Rípodas le pareció extraño en todo caso, porque no estaba acostumbrado a que le dieran muchos besos. Ni de los castos ni de los otros. Rípodas tuvo una vez una novia, cuando era muy muy jovencito, antes de alistarse en el Ejército. Era una chica a la que no le gustaban los besos. No le gustaba que le dieran besos, ni de los castos ni de los otros. Pero a Rípodas le gustaba mucho estar con ella. Le parecía especial. Especial estar con ella. Cuando Rípodas le dijo un día que iba a alistarse en el Ejército pero que eso no significaba que fueran a separarse, ella le dijo que mejor que lo dejaran y que cada uno siguiese su vida por su lado. Rípodas se acordaba muy de vez en cuando de aquella chica y ya había olvidado incluso su nombre. Rípodas estaba pensando en estas cosas, desconectado de lo que pasaba a su alrededor. Cuando quiso volver a mirar a la mujer, ésta se había ido y en su cabeza Mirta estaba cantando What a wonderful World. Fuera había dejado de llover y en lugar de agua y nubes había aparecido un arco iris un poco extraño. Los colores del arco iris se mezclaban entre sí. Al menos así lo veía Rípodas desde aquella silla frente a la taquilla. Se levantó y pidió un billete para Villastanza de Llorera. El taquillero miró en el ordenador y le dijo que no había ningún tren para Villastanza de Llorera. Rípodas le insistió, y pidió que si no era para ese día, que por favor mirase para el día siguiente o cuando fuera posible. El taquillero le dijo que no era eso, no es que no hubiera billetes para ese día, es que no había ningún tren que pasara por Villastanza de Llorera. Ese pueblo no tenía estación. Rípodas le dijo al taquillero, cuan serio como pudo hablar sin que la voz de Mirta que cristalina y cantarina sonaba en su cabeza le hiciera perder los nervios, que por favor lo mirase bien, que él había ido a Villastanza de Llorera ya alguna vez y que... No, caballero, lo siento, no es posible. El ordenador no miente. Y llevo trabajando aquí mil años y nunca nadie... Rípodas estaba confundido. Mirta había cambiado la canción, ya no cantaba What a wonderful world, y ahora cantaba Nostalgia. Y Rípodas volvió al asiento. Tenía unas tremendas ganas de llorar. No podía ir a Villastanza. No podía matar a Gorteza. No podía quitarse la vida. La chica a la que no le gustaban los besos se llamaba Aurora, Ahora lo recordaba. Lo que era en principio un arco iris, se había convertido en otra cosa. Rípodas se asomó a la puerta. Todo el mundo parecía seguir con su vida normal sin reparar en que el cielo estaba absolutamente loco. Revuelto de colores. 'Es como una aurora boreal', pensó Rípodas. La mujer que tenía la cara más refulgente que jamás vieron ojos humanos, la risa más franca y sincera, el porte más esplendoroso y juncal, y si mil veces te preguntaran mil veces contestarías que era la mujer más guapa que este sucio planeta hubiera pisado, le tocó el hombro. Rípodas se giró y aquella mujer tan linda, aunque ya algo mayor, le dijo susurrándole al oído 'en Villastanza, el cielo, es así, de mil colores. Qué pena que no puedas verlo.'.

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