Pudiendo estar pendiente de otras cosas, fijémonos en lo que les pasa a los demás. Amy Winehouse fue una cantante británica, inglesa y judía que falleció en 2011 a la temprana edad de 27 años después de una vida que conocíamos gracias al ímprobo esfuerzo de los medios de comunicación que día a día nos iban contando, con regocijo, su descenso a los infiernos. Una película, llamada Amy. La chica detrás del nombre., se ha propuesto presentarnos una biografía de la cantante, para que descubramos que había detrás de esa imagen de perdida ridícula que los medios nos habían presentado. En realidad, de lo que estamos hablando es de una historia antigua. La de una persona que no es capaz de decir basta, de frenar, de escuchar a alguien que la aconseje con cariño, de desligarse de quien le hace daño, de hacer lo que tiene que hacer. Y cuando lo consigue, ya es demasiado tarde. Una historia que no acaba bien, donde los buenos son relegados a un segundísimo plano en cuanto la diva comienza a triunfar y donde los malos a veces están tan cerca que asusta.
Amy Winehouse es una chica judía que vive en Londres con su madre. Al parecer, la niña Winehouse tiene unos bemoles como castillos y viene haciendo lo que le sale del chumbo aproximadamente desde los nueve años. Pero ocurre una cosa. Olvídense de esa imagen de la foto, la de la raya hasta arriba, la del moño sobrepasado, la de los tatus, y metan en su cabeza otra imagen. La de una chica que canta como un demonio de bien, a la que le ponen Tony Bennet y Dinah Washington, y que tiene algo. No es guapa, pero no es ningún monstruo. Te mira, se ríe, te habla, y te camela. Se nota que tiene algo más que voz. Tiene gracia para llevarte donde quiera. Lo chungo es que, al parecer, también tiene la desgracia de dejarse llevar. Decimos que canta de narices y que va a probar aquí y allí y lógicamente se la rifan. El manager que tiene es un coleguita jovenzuelo y majete. Todo es muy cercano. ¿Hemos dicho que su padre la abandonó cuando era niña? No lo hemos dicho. Todo va más o menos bien. Le gusta beber, fumar, salir de marcha, ponerse hasta arriba, pero dentro de los cauces más o menos normales. Es bulímica, y este hecho es trascendente. Esa imagen famélica de los últimos años es consecuencia de eso y de los pasotes finales. Bueno. Graba su primer disco, Frank, y se muda a Camdem. Allí conoce a un tal Blake, un pijo modernete que va de guays y que se ve desde el tibidabo que es un guays que caería gordo al mismísimo... es igual, pero el amor es un sentimiento que llevo dentro del corazón y la muchacha se cuelga de él. El tal Blake es coleguita de los BabyShambles, por ejemplo, del perdido de Peter Doherty, para que sepamos por dónde van los tiros. Blake se lía con ella, todo son violines y tal... pero él tiene novia y no lo ve claro y se queda con la novia. Ella se zumba. Se gira. Cuesta abajo. Tiene que grabar otro disco pero entre pitos y flautas no lo ve claro. Al final hace el disco en base a lo que le ha ido pasando en ese intervalo de tiempo. Podría haber sido una cantante más, con buena voz, pero sin un segundo disco que la proyectase, y se inventa el Back to Black. Un disco en el que presenta cómo se lo monta con su novio, ex novio y con sus movidas internas. Rehab, ¿se acuerdan? Un cancionón. Era real. De los pasotes de beber y eso, se la quieren llevar a que se ponga buena, pero no es posible. El padre, que es un melón y un malagente, dice que no es para tanto. El padre, el nuevo mánager, quieren pasta. Quieren negocio. Que la niña no pare. Que ya descansará. Que esto pasa. Y la van hundiendo. El disco va a salir y el Blake vuelve con ella. Y se enganchan al crack y a la heroína. Estupendo todo. Justo cuando podría vivir como una diosa, es un desastre.
La historia de siempre, el tío se ve a la legua que ni le mola ni nada, pero está ahí por el interés, el padre es un ceporro, y sólo hay tres o cuatro colegas de siempre que medio le dicen que frene, que se va a hundir. Tiene sus momentos de lucidez, pero está muy enganchada al tal Blake. Hace lo que hace su hombre. Para ser tan moderna, tiene cosas de mujer del siglo XIX. Para ser tan avispada, cae en las mismas trampas que cayeron otros antes. Solo parece desengancharse cuando el novio entra en el talego. El novio es un chulazo que dice ante la cámara que él qué hace con semejante mamarracha si es guapo, va al gimnasio... y no se mete. El mierda. Otro mierda es el padre, obligándola a hacer giras y conciertos, sacándola en un programa de tv de estrangis... estando ella malita. '¿por qué quieres que se rían de mí? Le pregunta. Espantoso.
Son esas cosas que uno no entiende. Janis Joplin, los de Eskorbuto, Jim Morrison, Kurt Cobain... si ya los has visto... porqué te metes en estas movidas de picos y papel de plata si no vas a salir bien., Si ya has visto que esa movida no lleva a nada bueno. Si lo sabes. ¿Por qué caes? No lo entiendo. No lo entiendo en la gente común, no lo entiendo en las grandes estrellas de la música.
Sigue cantando, a veces muy mal, porque ya no se tiene de pie en muchas ocasiones. Otras veces muy bien, como cuando más o menos recuperada, canta con Tony Bennet. Estilazo con sus modelitos Fred Perry. Guapa, pese a todo lo que hace por estropearse, con esos modelazos Fred Perry, ese suetercito de rombos que saca con Tony Bennet, ese polo blanco de días antes de morir.
No puede beber más. Se desengancha por fin de todo, pero no puede beber más. Parece que va a remontar el vuelo y se acaba muriendo. Por beber y por no comer. La bulimia y la caña que se ha dado, le ha dejado el cuerpo como una hojita de papel.
Se muere y no sabemos qué disco hubiera hecho si hubiera sobrevivido. Y nos quedamos con esas imágenes de una jovencita guapa y con una mirada de leonaza que tira para atrás, que canta como una diosa, a la que le gustaba la música y que no supo priorizar lo primero, antes. Y nadie se lo dijo.
No sé si era una choni, una obrera, una pija impostada, pero Amy Winehouse molaba.
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