Entre los documentos encontrados en el domicilio de la poetisa Agatha al-Gnawa, nos ha llamado la atención un manuscrito del médico afincado en Mosul en el siglo XII, Farih el-Haiuni, sobre un fenómeno que no dudamos en relacionar con las teorías del profesor Almayr y su Mirada Ovoide:
'Los días transcurridos han servido para que intente resituar las cosas con algo más de calma. En un primer momento los nervios me atenazaron y no supe responder a lo que estaba viviendo, pero ahora creo poder explicar de alguna manera qué es lo que pasó. Tengo la certeza de que hace unas semanas yo era una persona normal, dedicada a mis estudios, a mis cálculos, a debatir con otros colegas sobre cómo nuestro cuerpo es uno y nadie tiene la potestad de ejercer sobre él una voluntad externa, salvo la que decida Alá. Me dirigí a casa de mi amigo Salim, un hombre sabio y venerable, que había aportado importantes tratados en el campo de la medicina y la filosofía y con el que me disponía, por primera vez, a tomar un té en su domicilio. Al llegar a su casa, me recibió Salim en persona, que me hizo pasar a una sala donde me dijo que esperase unos minutos a que terminase la comida. Finalmente el té, debido a la hora que era, ya no fue posible por una demora incomprensible por mi parte que creo que no tiene ahora la menor importancia. Mientras asistía al ajetreo de la casa, la hija mayor de Salim, Layla, me preguntó si estaba cómodo en la casa. Me dijo que recientemente habían hecho unas obras que habían abierto los espacios de la casa de su padre y que había quien opinaba que hacía más frío que antes, otros en cambio opinaban que al haber derribado los muros más gruesos se hacían más evidentes los efectos de los rayos de sol. Me dijo que ella había estudiado algunos de los libros de su padre referentes a arquitectura, algunas obras de sabios griegos que contaban cómo conseguir una casa más fresca y que su opinión era favorable a las construcciones más bien abiertas, tal y como había sido reformada la casa de su padre Salim. Layla me contaba todo esto mientras me miraba con unos grandísimos, enormes ojos de color miel y verde. Pese a mi profesión, me cuesta todavía apreciar los colores de los ojos. Siempre acabo fijándome en el interior del ojo y no tanto en lo exterior.
Lo extraño es que mientras Layla me contaba esto, con su voz, otra voz, que era la misma voz de Layla, me llegaba nítidamente. Y yo entendía los dos mensajes al unísino. Yo iba dándome cuenta de que, efectictivamente, mientras Layla me hablaba sobre vigas y techumbres, yo no podía dejar de mirar sus ojos. Y de sus ojos surgía algo, que era efectivamente una voz. Era su voz. Y esa voz que salía de sus ojos, me estaba hablando. Cerré mis ojos y la comunicación simplemente se concentró en lo que Layla decía con su boca, su garganta, su lengua. Profundamente turbado, me decidí a abrir los ojos y a taparme los oídos.
Entonces escuché alto y claro lo que aquellos ojos me estaban diciendo y que no puedo dejar de repetir en mi cabeza desde ese día. Qué Alá me castigue como a un perro si alguna vez yo oso confesar lo que esos ojos me decían. Y me siguen diciendo'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario