‘En cinco minutos lo tenía todo listo para emprender mi viaje. Sin pensarlo demasiado, decidí hacer lo que siempre había tenido en mente y había ido posponiendo sistemáticamente por miedos y por no saber nunca desligar mis deseos de las ataduras de una vida material a la que por una extraña razón, tenía apego. Lo hablé con mi esposo y estuvo de acuerdo en que hiciera realidad mi sueño y diera sentido a mi vida, dejando a mi hijo Rani a su cargo y a él esperándome con el convencimiento de que a mi regreso sería una persona mejor, una mujer nueva que enriqueciera también su propia vida y la del resto de la comunidad. Me fui.
Salí de casa con un equipaje ligero, pues el camino requería poco lastre y mucha fe en el instinto y en la proverbial benevolencia del ser humano con quien quiere hacer lo que desea y cumplir los designios de su corazón. Atravesé las primeras calles que se me presentaron en la ciudad sin más rumbo que salir de ese nido de edificios y civilización enceguecida por la búsqueda de lo tangible y me di cuenta, al caer la noche, que ya estaba fuera de los límites de lo conocido cuando empecé a oler a campo. Rendida de cansancio, me dispuse a pasar la noche en un pequeño recodo del camino. Como la primavera comenzaba a dejar paso al verano, no era desagradable hacer tal cosa y dormir a la intemperie. Sin embargo, no es lo mismo, como descubrí, dormir al raso que bajo cubierto, siendo el clima el mismo si estás en interior que en exterior no es igual. Esa noche soñé algo extraño.
Un coche de caballos (y yo nunca había visto un coche de caballos en mi vida) conducido por una anciana que a duras penas podía manejar el carruaje, me recogía mientras estaba esperando en el camino a que alguien o algo llegara. Subí al coche de caballos y este me llevó de vuelta a mi casa. Antes de bajar, la anciana me dijo unas palabras: ‘todas las veces que quieras’.
Desperté y seguí mi camino. No sé porqué, pero el sueño se me repitió durante todo mi viaje. No todas las noches, pero era una constante. Me tranquilizaba. Todas las veces que quieras. Quizás me aferraba a la idea de que en caso de que aparecieran dudas, siempre podría volver a mi casa. Que algo pasaría para llevarme de nuevo a la seguridad de mi hogar.
Pasaron los años. Recorrí casi todo el mundo. Conocí a tanta gente que no podría recordar ni trasladar aquí tantas vivencias. Un día, sin darme cuenta, volví a mi casa. Quizás incluí mi ciudad en una ruta marcada por mí misma sin recordar que allí era donde vivía yo. Entré en la ciudad y sin planteármelo siquiera volví a mi casa. Pese a los años transcurridos, mi esposo no parecía haber envejecido y Rani, mi hijo, seguía siendo un jovencito adorable. Me miré en el espejo que compramos cuando decoramos nuestra casa hacía muchos más años aún. Yo seguía siendo también una joven dispuesta y bien plantada, una hermosa mujer que quería disfrutar de lo que la vida podía darle. Mi esposo me miraba con cariño y mi hijo hacía sus cosas en un rincón. Eran felices. Me volví a mirar en el espejo. Era el momento de partir.
En cinco minutos lo tenía todo listo para emprender mi viaje…’
Si es que vaya biblioteca más completa tiene usted. Ahora nos sumerge en la literatura africana. Govinda va a por el Nobel, seguro.
ResponderEliminarFeliz tarde.
Bisous
Felis 16!!
ResponderEliminarParece que se miró en el espejo para despedirse de ella misma.