Quizás esté atropellándome un poco, pero tengo que ir contándolo deprisa antes de que se me agote el tiempo. Como digo, me dirigí a la misma boca del metro que había utilizado con mi amigo cuando cogimos el metro unas horas antes. Bajé, pagué, (esta vez pagué yo) y esperé en el andén a que alguna señal me indicase cómo colarme a los túneles. Antes de llegar y como quiera que la cobertura se esfuma por arte de birlibirloque en esos oscuros recodos, recibí un nuevo watsap que me dijo 'espera'. Y por eso esperé. No soy ningún intrépido investigador, prácticamente aprobé gimnasia en el instituto apelando a la caridad cristiana del Ferran... así que como digo, esperé a que algo o alguien me facilitara el acceso al túnel. Eran las tres y media de la tarde y el metro seguía funcionando a pleno rendimiento por lo que tenía miedo, la verdad de que algo pasase. ¿Que cómo sabía que iba a bajar al túnel? ¿Qué cómo intuí que algo me haría visitar los intríngulis de nuestro subsuelo? Pues es una respuesta sencilla la que les voy a dar. Yo no aprobé gimnasia mas que por caridad cristiana, pero soy cantidad de inteligente y tengo una intuición y un sexto sentido fuera de lo común. Sabía que algo iba a pasar.
Así que, cuando llegó uno de los convoyes que se dirigía a Can Zam, de manera inopinada lo hizo quedando un poco más adelantado de lo normal, por lo que cuando se abrieron las puertas una de la que facilita el acceso desde el andén, quedó abierta. Corrí como pude hacia ella, ya que se encontraba en el extremo opuesto al que yo ocupaba, porque soy muy listo, pero no tan tan listo. Conseguí colarme y saltar dentro del túnel.
Son muchas las leyendas que corren sobre la gente que ocupa el subsuelo. Personajes fantásticos, héroes de poderes inagotables, entes que vivieron una vida feliz en la superficie y que fueron condenados por sus pecados a habitar los túneles... pero son otros túneles. Estos túneles del metro nuevo son nuevos, como digo, y quienes aquí habitan, por fuerza, pensé, no han de ser personajes demasiado estrafalarios. Caminé persiguiendo al metro, esperando que me llegase alguna señal de alguna manera, hasta que llegué a una de las primeras pintadas. Creo que es la que pone Keiran. La verdad es que las pintadas no dicen nada, son firmas, la huella de unos seres que... de repente, de una portezuela que había escondida, de esas que ocultan quizás un cuartucho de los cables del metro, apareció una figura. Fue asomando hasta que me di cuenta de que era mi amigo.
Cuando salió de allí y quedó frente a mí, me di cuenta de una cosa: iba descalzo. Mi amigo acostumbra a usar un atuendo que podíamos calificar como muy informal. Pulcro, detallista, pero nunca a la manera de un gentleman, él prefiere otro tipo de modelo. Sin embargo, ponchos, bombachos y demás jamás llegaron tan lejos. Descalzo, jamás. Por eso me llamó la atención.
¿Qué puede mover a un adulto a ir descalzo por la calle? Si su estatus económico se lo permite ¿por qué preferir el contacto del suelo al de un cómodo mocasín, por ejemplo? Tal era mi sorpresa por esta situación y no por el hecho en sí de que él fuera la persona encargado de servirme de... el personaje de la Divina Comedia que guía al poeta por el infierno, ¿cómo se llamaba?
Tengo que volver a interrumpir la narración. Pero les aviso que vamos de sorpresa en sorpresa.
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