Primer tópico. Si hay algo que
nos une, es la fiesta. Enséñame tu fiesta. Tenía un jefe que, cuando nos decía
lo que debíamos sacar en las revistas, de contenido turístico en su mayoría,
nos decía que le dijéramos al alcalde o concejal del ramo que ‘nos enseñara su
fiesta’. Y a eso vamos.
Santa Coloma de Gramenet celebra durante los meses de junio y julio
las fiestas de sus barrios. Este fin de semana se han llegado a concentrar
hasta tres fiestas, las de Can Mariner, las de Raval y las de Llatí. Sumemos la
fiesta del sábado del colectivo Entenem LGTBI con motivo del Orgullo, el aniversario Casteller, lo de las
tapas en el Mercat Sagarra, las 24 horas de Fútbol Sala o la cena al fresco del
Ateneu Julia Romera para que, durante este fin de semana*, viviéramos una suerte
de ‘mini Festa major’ adelantada.
No sé cuánta
gente sigue las fiestas de barrio más allá de los propios habitantes del
barrio. No sé, por ejemplo, cuántos habitantes del barrio del Río Norte están
interesados en ir a las fiestas de la Guinardera o cuántos de Can Calvet han
aparecido por las fiestas del Raval. Recepción de entidades, baile o actuación
musical, paella, fideuá o butifarrada, chocolatada, fiesta de la espuma, nueva
actuación musical, correfoc, exhibición de las entidades del barrio (zumba,
country, sevillanas, jotas, bailes de salón, habilidades cantoras y danzantes
de recio arraigo popular pero, ejem, poco sabor ‘nostrat’ más allá de las
habaneras y el consabido correfoc).
Durante tres días, los esforzados miembros
de las asociaciones de vecinos, montan y desmontan, preparan, están atentos a
cualquier cosa que pueda perturbar la fiesta, el acto, la rifa del jamón. Son
días para recaudar fondos con la rifa del eterno jamón, para enseñar el barrio,
para demostrar que en la entidad se está haciendo algo más allá que estar
encerrados en el centro cívico, para intentar que la gente del pueblo se
implique en la vida asociativa aunque solo sea bailando salsa. Fiestas de
barrio con su folleto explicativo, con la alcaldesa diciendo que eso, que las
fiestas de barrio son especiales y tal.
Son días de
bocadillo de lomo, de pinchos, de cañita de cerveza, de comprobar las
habilidades con la plancha de esa ciudadana o ciudadano que nos cruzamos
habitualmente en mil sitios y que ese día nos pone las salchichas en el pan y
tan panchos. Días de cadena de montaje, de siete personas en torno a un brasa vigilando que no se quemen las morcillas. Días de cama elástica, de paraparaparaparará de los coches locos
(que creo que no hay) o de esa especie de tío vivo que consiste en coches
pequeños unidos unos con otros… eso. Son días de disco móvil, de comprobar que,
efectivamente, lo latino es lo que pinta y el que no se rinda a las cada vez
más embriagantes propuestas musicales de Enrique Iglesias que entregue las
armas sin oponer resistencia. Días de piki piki piki piki. Son días de miradas de asombro de quien no ha
visto nunca eso de los dimonis por la calle echando chispas y se sorprende
siempre de una fiesta tan ruidosa. Días en los que nos preguntamos si no
vivimos un poco al margen de una población inmigrante porque, viviendo ya aquí
de una manera tan estable y perdurable, no sé si no estamos haciendo las
fiestas para nosotros mismos como si viviéramos todavía en 1986. Días para
conocer una Santa Coloma popular, alejada de la oficialidad de los barrios del
centro signifique eso lo que signifique que a mí me gusta mucho decir pero en realidad no sé realmente a qué me quiero referir, en las que las cenas pueden ser ‘de traje’, en las que las autoridades
locales y regidores de la oposición (no todos) cuadran agendas para cenar aquí,
pasar un rato por allá, ir al baile tal o pasar a tomar aunque sea una caña por
el… para dar apoyo, para dejarse ver, para montar y desmontar, para hacer proselitismo, porque toca, por gusto, por devoción o por lo que sea. En cada plaza una orquesta, en cada plaza una barra, en cada barra, un concejal.
¿Otro bocadillo de lomo? Venga.
Días en los que
el vecino recalcitrante se queja de la música, en los que el vecino desatado
baila ante las orquestas sin ningún pudor, de sillas de plástico y mirada impasible preguntándonos quién en su sano juicio sigue haciendo a los niños del 2016 cantar Annie que es más vieja que la tarara, en las que el vecino sorprendido no
entiende cómo puede ser que en unas fiestas de barrio haya unos fuegos
artificiales que no desmerecen a los de Manhattan aunque solo sean tres minutos
de petardos… en definitiva, días de demostración de lo que cada barrio tiene
que ofrecer, de camiseta conmemorativa, de pasarlo bien, de 'no me llaméis en una semana después de esto', de ver a la hija o a la nieta bailando como si
hubiera nacido en el Bronx y pasar la noche al fresco. Mucho abuelo mirando y poco joven montando y desmontando.
La semana que viene, el Fondo Alto pondrá el broche de oro a...
Todo es tan
bonito que no sé para qué escribo nada si ya lo saben ustedes.
*no cito a posta el festival solidario de Can Calvet en el Sagarra, porque quizás merezca un texto por sí solo.
*no cito a posta el festival solidario de Can Calvet en el Sagarra, porque quizás merezca un texto por sí solo.
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