Bajamos del coche y fuimos caminando hasta un lugar en el que los olivares terminaban y empezaba un pequeño prado que estaba sin cultivar. Durante el camino que pasaba de un lugar a otro, del olivar al prado, tuve la sensación de estar pasando de un mundo a otro. De un mundo tejido por la mano del hombre a un espacio en el que la naturaleza iba por libre. Una sensación digna de quien no ha pasado mucho tiempo en el campo y considera que todo puede seguir siendo como uno cree, sin saber que las cosas son mucho menos ideales y que si ese prado está sin cultivar, en realidad ya ha sido mancillado por la mano del hombre. Mancillado. Muchas veces hablo como si estuviera en una novela. En una novela de otro siglo. Utilizando palabras que no sirven para nada más que para decirlas y sin que nadie las entienda. Mancillado. Aquel prado, sin dudarlo, seguro que había podido llegar a ser tiempo atrás un castro, una fortaleza, yo que sé. Al llegar allí, mi prima Aurora se sentó en el suelo. Miró su reloj de pulsera y dijo, bueno, todavía nos queda un rato, son la una ahora mismo, siéntate aquí. Al decir 'siéntate aquí' puso la palma de su mano derecha en el suelo. Obediente, me senté a su lado. En el mismo lugar en el que mi prima Aurora había posado su mano, bajo mi culo, empecé a sentir calor. Un calor que no se podía aguantar. La tierra estaba ardiendo. Probé a moverme un poco más allá y comprobé que, efectivamente, la tierra no estaba tan caliente como allí. Volví, como si fuera un idiota que sabe que hace algo que está mal pero que le da igual, volví como digo a poner mi sucio culo (como dirían en las novelas americanas) en el mismo sitio. Estaba caliente, estaba ardiendo. Todo seguía siendo tan raro... Le pedí a mi prima Aurora que me diese la mano. Tenía la mano como un tizón. Como una brasa ardiente. Se la aparté inmediatamente. 'Prima, estás ardiendo', le dije. Y ella me contestó. 'Es que es así. La noche es para arder. El amanecer es para el rock. Yo soy así. A tu madre le pasará también. Muchas noches he venido aquí a ver amanecer. Hoy hemos venido demasiado pronto y quizás me ha podido el ansia. Tendremos que estar bastante rato esperando a que amanezca, pero no te preocupes que no te vas a aburrir. Siempre pasa algo raro. El último día que vine, apareció un bicho rarísimo detrás de una encina, yo pensé que era el demonio porque a estas horas y con la cabeza hecha polvo que tengo, qué iba yo a pensar, pero no era el demonio. Vino caminando sobre dos patas, pero no tenía forma de cabra ni nada de eso. Era más bien como un mono. Caminaba que daba miedo verlo, pero yo cuando pasan estas cosas pienso, a ver, Aurora, si te atreves a venir aquí todas las madrugadas que te sale del desto, qué miedo tienes tú que tener de estas cosas si lo más extraño siempre pasa después. Y es que es así. Digo que el bicho vino, y me habló. Me dijo que hace tiempo que no veía a mi madre, que la echaba de menos. Que se había quedado con ganas de hablar con ella la última vez que la vio. Le pregunté que dónde la había visto y me dijo que en casa de un amigo. Le pregunté que en casa de qué amigo, si era de Villastanza, y me contestó que no era de Villastanza que era de un pueblo de Granada, que él va mucho por allí porque tiene unos primos y yo le dije que bueno, que estábamos hablando y que yo no quería decirle nada, pero que con esa pinta de mono que tenía, pues que no me creía ni lo de sus primos, ni lo de mi madre, ni lo de Granada, ni nada. Que ni siquiera creía que él fuera humano, que igual era el demonio que venía a contarme una trola de mi madre, y asustarme. Y me dijo que no, que era el Fauto, que paraba mucho por el bar del Frederico, que lo que pasa es que había salido a cazar por la mañana y se había quedado traspuestillo después de comer y se le había llenado el mono de barro o yo que sé y no tenía nada que ponerse y que por eso tenía esa pinta. 'Pues pareces un mono', le contestó mi prima.
Y con la tontería eran casi las cuatro de la mañana y la noche estaba cerradísima. Yo tenía el culo ardiendo. Como un tizón. Me gusta decir como un tizón. Cuando mi prima Aurora hablaba de su madre, de que aquel mono se había encontrado con su madre, no sé por qué pero me la imaginaba con la cara de la mujer tan guapa de la cara más dulce y bonita que yo había visto en la vida jamás nunca. Y con ese recuerdo, con el culo calentito, en ese estado, no me fijé de dónde ni cómo la consiguió pero mi prima sacó de alguna parte una lata de cerveza Steinburg medio calentuza. Ella le dio un trago y me la pasó. Me supo a rayos.
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