Podría comenzar diciendo que detrás de cada hombre del mes hay una gran mujer del mes, pero en este caso puedo decir que no está detrás, porque está a mi lado. Estaba. Al menos el mes pasado, durante mi momento de gloria. Yo fui el hombre del mes pasado. Durante un mes, conseguí atraer sobre mí los focos de atención de los medios y la opinión pública comentaba en los más diversos foros todos mis éxitos. Durante un mes, mediante una estrategia perfectamente planificada, asalté un banco, recité bellos versos de J.V. Foix en un auditorio lleno de gente que no entendió nada pero que agradeció el esfuerzo, recuperé de la absoluta ruina una empresa de compuestos y la puse a funcionar en un tiempo record (de un mes, el mes pasado), edité mi primer disco como arpista, publiqué una novela ambientada en mi ciudad, con lo que conseguí que mi ciudad fuese más mi ciudad que nunca y que en mi ciudad todos me consideraran tan así que no podía avanzar por las calles sin que la gente no saliera a los balcones a vitorearme, bajé la marca mundial de los cien metros lisos en superficie irregular ante un público que se apasionó tanto con la gesta que incluso se ha proyectado ya crear una escuela de atletismo únicamente con el objeto de que esta especialidad sea reconocida como oficial, levanté una masa muy, pero que muy superior a la que mi cuerpo puede soportar y lo hice simplemente para dar fe de que con la voluntad uno puede hacer lo que se proponga y que las condiciones individuales de uno o el entorno no son más que minucias que debemos afrontar con total limpieza de espíritu, solucioné los problemas de unas cuantas familias que necesitaban que alguien les escuchara, alguien que pusiera voz a los que no tienen voz, alguien que hiciera lo posible porque el necesitado no tuviese que recurrir a lo de siempre y a las alabanzas sin cuento hacia los que detentan el poder para solicitar clemencia, yo, y no me pregunten cómo, lo arreglé, o cuando subí a la Luna y te la traje. Hay cosas que no se pueden contar. Y no lo voy a contar todo.
Sí que puedo contar que a mi lado, siempre estaba ella. Ese mes, el mes pasado, ella fue mi inspiración y mi locura. A veces la veía contemplar en un escaparate algo, cualquier cosa, y me quedaba embobado, traspuesto, traspasado por una sensación de confianza en mí mismo que me empujaba a pensar que ese mes era gracias a ella, a su presencia, a su sonrisa demoledora, a su capacidad para asumir como propios los proyectos míos, que ya no eran míos, que nunca lo fueron, que fueron de los dos, que son de los dos. Mi proyecto y el suyo. El nuestro. Y que ese proyecto no se podía hacer realidad, nada de lo que estábamos haciendo podía ser sin el otro. Soy el hombre del mes pasado. Pero ella comparte conmigo la locura de querer estar siempre presente en todo. En todo lo que se nos ocurre, en todo lo que se nos aparece, en todo lo que parece irrealizable, fantástico, sobrenatural, y que sin embargo es tan palpable como el bocadillo de lomo con pimientos más grande del mundo que también conseguimos realizar el mes pasado. Quizás nuestro proyecto más perdurable, porque el olor a pimiento no se nos va a quitar de la ropa durante...
Las autoridades que nos auparon, que nos alentaron a seguir adelante y a ser protagonistas de la vida de la ciudad durante ese mes, de repente, por el olor a pimientos que desprendíamos, consideraron que nuestro tiempo había pasado. Es entendible. Y asumo el castigo. Fui el hombre del mes pasado y quisiera volver a serlo algún día. Con ella. Tengo mucha ideas.
Quizás podría preguntarle también a ella si...
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