Esta ciudad es muy aburrida. Nunca pasa nada. Otras ciudades en otras partes del mundo, tienen por ejemplo gobiernos municipales calamitosos que hacen de la vida de sus ciudadanos y ciudadanas algo siempre nuevo y soprendente. Aquí, todo va bien, por lo que lo extraño, lo misterioso, lo raro, suele ser inventado.
No siempre estoy paseando. A veces, vengo a la Biblioteca o a otros espacios donde las ondas WiFi vuelan en libertad para hace mis cosas, tus cosas, sus cosas, nuestras cosas, acompañado del silencio y de mi propia música que me gusta a mí. Así, no tengo que ver a nadie, ni hablar contigo, ni verte, ni hacer nada por ser sociable. A una Biblioteca se viene a hacer cosas. Mis cosas. Y, como en todos los espacios de la ciudad, nunca pasa nada. Y está bien que así sea además, porque si pasaran cosas, yo no haría las mías y estaría siempre pendiente de esto y aquello y me distraería y quién sabe, teniendo un blog y tal, podría darme por inventarme algo, haciendo gala de mi ingenio y mis ganas de teclear y teclear y teclear.
Sea como sea, hoy, ha pasado algo. Al llegar me he encontrado con un área cerrada. Dos mojones y una cuerda para sostener unos carteles señalando que se impedía el paso a esa esquina de la sala. Preguntar es muy fácil. Dirigirse a los bibliotecarios y preguntar es algo que no cuesta nada. ¿Qué ha pasado? Pero no. Soy una persona de una timidez exasperante, de una cortedad que saca de quicio, pero lo compenso con un espíritu aventurero que me redime. Así que he cogido, me he levantado y, tras desengancharme de todos los cables que tengo por el suelo, me he dirigido a la zona cerrada a mirar a ver si dentro de esa zona cerrada, se veía algo o es que había algún tipo de desperfecto o lo que fuera. O que, quizás, ahí dentro no funcionara el wifi, así que me he vuelto a por el móvil para hacer la comprobación.
He recorrido los cinco pasos que había de distancia desde mi posición hasta la zona cerrada, no sin antes hacer una foto de dicha zona, porque ya me esperaba lo que finalmente ha pasado. En cuanto me ha dado por tocar la cuerdecita, me he visto transportado a... un lugar indeterminado, un lugar en nebulosa, un espacio que no he podido situar... era uno y eran tres, parecía Barcelona, pero posiblemente también fuera otro sitio, no lo he visto demasiado claro, me encontraba perdido, un señor con un bigote blanco, mayor... Eduardo Mendoza. Claro. Lo he entendido. A la primera. Resulta que esa zona ha sufrido el típico embrujo que tiene lugar en las bibliotecas, librerías y kioscos, no de manera muy frecuente, pero lo suficiente para haber sido tipificado como 'el embrujo de la transustanciación'. (No es fácil, nada fácil, ponerle nombre a las cosas, mis cosas, tus cosas, sus cosas, nuestras cosas, y a veces se falla).
He podido soltar la cuerda y he caído en la cuenta de que el último libro que he sacado de la Biblioteca no lo he comenzado a leer, Tres vidas de santos, por eso todo parecía en nebulosa. Así que he decidido ir a por el último que leí, El POUM en la Revolució Espanyola, lo he sacado del estante donde lo volvieron a depositar los bibliotecarios, he ojeado por encima, me he vuelto a detener en alguna página y silenciosamente he vuelto a la zona cerrada.
Barcelona, año 1937, mayo/junio. Malas cartas. Tiros, confusión. Como una pena muy grande. No sé, he reconocido algunas calles, pero ninguna en concreto, la central de la Telefónica quizás, plaza Catalunya y poco más. Tiros, guardias de asalto, mal rollo. No sé si he detenido a un militante del Poum o uno de los otros me ha detenido a mí.
He soltado la cuerda.
No sé ni cómo estoy.
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