Supongo que a Lev Tolstoi, el grandísimo escritor ruso le pasaría lo siguiente: él tenía en la cabeza una historia. Una historia en la que un amor de hace tiempo te vuelve a encontrar de una manera inesperada y te ves inmerso en un cambio profundo de forma de pensar, de sentir, de plantearte la vida, casi sin importarte si la otra persona siente lo mismo que tú o no, pero ya te ha tocado y sigues hacia delante. En esa historia, la otra persona en principio puede que no quiera seguir el rollo del enamorado, pero poco a poco acaba pasando eso de que donde hubo fuego quedan las brasas y aunque sea de remanguillé, la cosa puede que acabe bien. Esta es la historia que uno piensa que Tolstoi pensaba escribir. Y la escribió. Pero un poco. El príncipe Nejliudov es jurado por rango y posición, no puede zafarse de esta molesta obligación. Tiene que acudir a un juicio y resulta que una de las pesonas juzgadas es su primer amor: Katiusha Maslova. La Maslova. La Maslova era una sirvienta medio adoptada por dos tías de Nejliudov, allá en un lejano lugar... Ambos se enamoran, él quiere tomate, hay tomate, la deja embarazada, le da cien rublos y huye. Ella desde entonces va de mal en peor hasta acabar como prostituta en una casa donde se ve envuelta en un asesinato. Él empieza a recordar, a tener remordimientos, a plantearse qué hubiera pasado, qué ha hecho con su vida, con la vida de ella, se siente culpable. Por la dejadez de unos y otros, la Maslova acaba condenada a trabajos forzados.
Es entonces cuando el príncipe Nejliudov decide dar un cambio radical a su vida. No soporta haber llevado a la Maslova a esa situación y quiere enmendarse. Decide abandonar su vida, visitar la cárcel y redimirla.
Una historia bien bonita, la verdad. Porque no solo sabemos lo que piensa el príncipe, que está muy bien y es muy loable su empeño (o no, que a buenas horas...), también sabemos lo que piensa ella de todo esto y cómo lo afronta. Claro, después de todo ese tiempo, a qué viene ahora andar con latigazos en la espalda, con llantinas, como si uno fuera el centro del mundo y ahora te jodo y ahora te redimo.
Historión, la verdad.
Qué ocurre. Pues que esta es la última novela, creo, que Lev Tolstoi vio publicada y tal y como dice en la contraportada, el maestro ruso tuvo una crisis espiritual que le duró unos treinta años que poco menos que le dejó a la intemperie. Un estado de crisis que es palpable en la novela y del que nos quiere hacer partícipe.
Así, el libro se transforma en un documental sobre la situación de la población rusa más desfavorecida, la que vive en las cárceles, los presos comunes, los políticos, las ideas sobre la revolución, sobre los revolucionarios, sobre los cambios, sobre Rusia, sobre la sociedad rusa, sobre cómo podemos quedarnos parados ante tanta gente que sufre, sobre la religión, sobre el absurdo de los ritos religiosos, sobre los vacíos propósitos por parte de los aristócratas de ser mejores, de regenerar, de ayudar, pero sin que les toquen ni un pelo de sus privilegios. En definitiva, la novela, la historia que en principio iba a ser un drama romántico, se acaba convirtiendo en una exposición de motivos por los cuales no podemos quedarnos de brazos cruzados ante las calamidades que pasa tanta y tanta gente. Sufrimientos que el príncipe Nejliudov ya no puede pasar por alto y que le llevan a perseguir a su amada Maslova por toda Rusia, para ayudarla y ayudar a quién lo necesite.
¿A quién no le ha pasado? Empiezas escribiendo una cosa pero tú tienes en la cabeza otra y acabas contando algo que no se sabe si es que lo querías meter sí o sí o te resulta inevitable contarlo o es que has perdido la cabeza y no puedes vivir sin contar siempre algo que te consume y hablas de ferrocarriles y estás hablando de otra cosa y hablas de perros y estás hablado de otra cosa y empiezas hablando de la nueva normativa del balonmano que permite jugar sin porteros y acabas colando otra cosa que suele ser siempre la misma.
Y dicen que hay que escribir con un plan. Con una idea. Sabiendo cómo empiezas y cómo terminas. Y se nota que a Tolstoi la historia le deja de interesar y la resuelve sin que parezca importar realmente si sí o si no y que él quiere contar otra cosa y que podría estar contándola, no ya en esas 700 páginas, es que podría utilizar otras 1400 más.
Es un libro interesante. Un libro que no es divertido, que es extraño, porque ves que a Tolstoi se le ha ido un poco la pinza, que debería conmoverme más el tema del sufrimiento, pero no dejas de pensar en que a Tolstoi ya no le interesa contarte una historia, sino colocarte su teoría, su concepción del mundo de una manera demasiado explícita.
Tampoco es baladí pensar que Rusia, solo 7 años después de la muerte de Tolstoi, vivió una Revolución que cambió el mundo. Algo debía estar pasando, y algo gordo, para que una persona con la sensibilidad de Tolstoi no dejara de pensar en ello, por encima de los dramas románticos.
Una resurrección, la que se cuenta en la novela, que afecta a todos los protagonistas. Sin embargo, una resurrección que queda un poco incompleta.
Un poco tarde, pero gracias por el regalo, Rosario.
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