Llegamos a una villa perdida de la mano de Dios que no estaba ni mucho ni poco más perdida de la mano de Dios que la villa del día anterior. Allí montamos toda la parafernalia, esperamos a que aparecieran las a las autoridades locales y a la hora señalada nos pusimos a llorar, a gritar, a comer, a reír, a bailar, a repartir bolsas con piezas de maquinaria y retazos de ropa que habíamos ido recogiendo de otros pueblos, a rellenar cuencos con café con leche que llevábamos preparado en bidones, a saludar y abrazarnos unos con otros como si nos acabásemos de ver y llevábamos ya nosecuántos días de paseo por los pueblos de España, propagando la palabra, expandiendo el mensaje, dándole a la gente un motivo para seguir creyendo.
Cuando llegó la hora de hablar, acordamos que seguiríamos el plan de siempre. Primero hablaría yo, luego él, luego su amigo y finalmente insistirían en que volviera a coger la palabra. La gente se agolpaba en la puerta del tinglado que montamos. Alguna de la gente que se agolpaba era nuestra propia gente, a la que encargábamos que se quedase parada en las entradas, entorpeciendo el paso, gritando y llorando, haciendo aspavientos y proclamando 'no se puede entrar, no se puede entrar, está lleno de gente y no dejan entrar', a sabiendas de que cuanta más dificultad más expectación creas en el...
En primer lugar, dije, somos los mejores. Y repasé toda una serie de éxitos, de grandes hazañas, de momentos de excelsa gloria, de cómo éramos antes y de cómo hemos llegado a ser mientras la gente de las primeras filas miraba satisfecha y con cara de ensoñar, los de más atrás procuraban poner cara de mucha atención y los de las últimas filas se imaginan cosas mientras escuchan y se ríen para hacer ver que entienden algo. No hay nada que entender. Les digo que somos los mejores. Que somos los mejores y que ellos son los mejores. Que somos los mejores cuando nos levantamos por la mañana. Que somos los mejores cuando nos vamos a trabajar. Que somos los mejores cuando estamos sentados en una silla comiendo y escuchando la radio. Que somos los mejores mientras recogemos la ropa. Que somos los mejores cuando pensamos que el que sale en la tele es el mejor. Que somos los mejores porque vivimos en este pueblo perdido de la mano de Dios que está más o menos perdido de la mano de Dios que el pueblo en el que estuvimos ayer. Que somos los mejores porque nos gusta la tortilla de patatas. Que somos los mejores porque hemos quedado terceros en la liga de la empresa. Que somos los mejores porque se ha casado mi hermano y se ha ido a vivir a otro lugar. Y lloro a veces. Y a veces saco una bolsa de patatas y me la voy comiendo mientras hablo. Y les digo que somos los mejores porque fuimos los mejores aquella vez que no existía nadie más y que ellos, los otros, quiénes son, porqué están, antes no estaban y ahora han venido y nosotros somos los mejores y que volveremos a ser otra vez...
Y ahí siempre noto que a la gente, a los de las primeras filas y a los de las últimas filas, se les ensombrece el gesto. No consigo dar el tono. Cada vez que digo lo de volveremos, a la gente se le pone cara de tristeza. Y lo suelo dejar ahí. Lloro cuando abandono el escenario. Salen los otros dos y repiten lo mismo y uno de ellos sube a una anciana al escenario, siempre lo hace, y le pregunta qué es lo que no tenía antes que tiene ahora que le gusta más. Y ella dice nosequé y él le da dos besos. Y saca una foto de él, de cuando era más joven y se la entrega y ella mira la foto y no se parece al que se la da y huele a noche en el campo. Y cuando nadie habla, porque vuelve a pasar lo del 'volveremos', se oye ladrar a los perros. En todos los pueblos de España.
Entonces ponemos un cd con una música antigua y esperamos a ver qué pasa en la gente cuando escucha la canción. Y la gente llora. No toda, pero la gente llora. Porque reconoce la canción. Y yo lloro también. Y vamos acompañando a la gente que ha venido a sus casas. Uno a uno.
Y un señor se acerca y me dice que él fue una vez como yo, que estuvo hace años, que se acuerda mucho de cuando era y todo eso. Y yo le digo que en todos los pueblos de España hay gente así, que no se preocupe, que no se sienta solo. Me cuenta que han pasado por allí los otros. Que él no fue. Que parecían muy jóvenes. Que no les entendió. Yo le toco la cabeza.
Nos dijeron que esto iba a durar poco, pero esta procesión por los campos de España no tiene fin. Y cuando nos quedamos solos, sacamos una foto grande que tenemos guardada y la miramos. Y a veces discutimos y otras no. Yo digo, muy en serio, que somos los mejores. Y ellos me piden que me calle. Salimos temprano. Hace frío. Los perros ladran. Digo lo de que ladran luego cabalgamos y nos reímos y nos animamos. Y llegamos a otro pueblo.
Y así.
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