Que levanten la mano los que han dicho alguna vez eso de ‘esto lo hago yo’ o bien el clásico ‘parece que eso lo ha pintado un niño de cinco años’. La Historia del Arte presenta un momento fundamental a finales del siglo XIX, cuando poco poco, un grupo de pintores occidentales, europeos, cambian progresivamente su estilo impresionista hacia un expresionismo en el cual las formas van perdiendo progresivamente su importancia para potenciarse otra cosa. Un algo que no sé definir.
Se pasa de querer llevar al lienzo lo que se ve en la naturaleza, en la ciudad, en el paisaje, en los rostros de la gente, de una manera luminosa y colorista, a llevar al lienzo algo que quizás no se ve, algo que se siente, algo que está más allá de lo que está presente. Así, aparecen pinturas en las que el sentido estético, el paisaje ‘bonito’, pierde su sitio para aparecer algo más oscuro, algo incluso más vivo. Algo que sale de otro lugar, de dentro.
Puede ser una angustia vital causada por una sociedad muerta que aplasta la vida, puede ser una conciencia política en la que vuelcas reflejar la podredumbre de un mundo que desplaza a los más débiles y sensibles, puede ser que quieras expresar lo salvaje que se esconde detrás de lo burgués y normativizado, puede ser que has empezado a pintar con la mano izquierda después de un derrame cerebral y juntes todo lo anterior con lo nuevo y de ahí...
De ahí a las vanguardias de principios de siglo hay un paso tan cortito que del expresionismo saltamos al cubismo, al naif, al surrealismo, al rayonismo, a la abstracción. A tantas y tantas cosas que nos cuesta entender, que nos cuesta explicar, pero que en un momento concreto de nuestras vidas, nos pueden tocar la fibra tanto como la mirada triste de Felipe IV pintada por Velázquez.
Todo esto está muy bien. Mi padre se ha definido siempre como un pintor de marcado aire impresionista. Paisajes, rostros, el pueblo, olivares, rincones de Santa Coloma, retratos de amigos, hijos, esposa, etc., siempre guiados por la influencia de Van Gogh, Manet, Monet, Renoir, etc., pero también de vez en cuando alguna que otra incursión en otro campo, campo menos frecuentado pero sí fructífero (es decir, no ha hecho muchos, pero algunos ha tocado), en los que parecía ir a otro plano. Los ramos de flores, el barrendero, el recogedor de cartones, bodegones con objetos cotidianos como el bote de couldina…
No diré que su actitud hacia las vanguardias fuera de incomprensión, ni mucho menos. Sí que hacia diversas experiencias que han seguido produciéndose en la Historia del Arte ha manifestado una cierta mirada de desconfianza. Por no decir que…
Así que, sorprende que en esta nueva etapa de su carrera pictórica, F. Molina, mi padre, el Paco Molina original, se esté decantando de esta manera tan militante por un expresionismo descarnado cuando no por una apuesta compleja por la abstracción.
En sus propias palabras: es algo que sale de dentro, como que viene hacia ti. No es fácil entender al artista cuando habla de su obra. Nos habla de personas, de grupos humanos, de filas de niños que parece que van o vienen de otro mundo, de caras que aparecen en la oscuridad. No concreta, no define, simplemente salen de ahí. Pero ahí están.
Tanto tiempo buscando pintores expresionistas alemanes, belgas, holandeses, rusos… y resulta que lo teníamos en casa. El pirata. Y lo que nos queda.
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