jueves, 18 de mayo de 2017

Karpov

Una de las cosas que siempre me ha fascinado del ajedrez, una de las cosas que por otra parte más me revienta, es que se juega contra otro. Siempre. Sí, es cierto que hay muchos que juegan contra uno mismo, que simulan estar jugando una partida con las negras y las blancas a la vez, pero es eso, una simulación. Y además, siempre acaba uno adoptando una personalidad distinta a la hora de jugar. Ahora juego como si fuera yo y ahora como si yo fuera más valiente, más conservador, más tonto. Siempre se juega contra otro. Es un fastidio. Incluso cuando jugamos contra una máquina estamos jugando contra otro. Ese otro, ese otro que siempre parece tener mejores piezas. A vosotros quizás no os pasa porque tenéis las piezas buenas todavía en el tablero, pero tengo la sensación de que no tengo piezas. No es una idea nueva, tampoco es una idea buena. No tener piezas en el tablero y el otro las tiene todas. Todas. Las enumero y pienso, no habría ni que presentarse a jugar, no tendría uno ni siquiera que molestarse en aprender a jugar porque no tengo las piezas. Pero mola. Aunque haya que jugar contra el otro, aunque es otro sea mejor. Mola. Probarlo, estrellarse, una y otra vez. Ponerse delante del tablero, con las mismas piezas que el otro, pero no son las mismas, que son otras, a veces negras otras blancas, pero es que aunque jugásemos los dos con las negras las que tocara él serían mejores. El otro. Si a esto se jugase de otra manera. Sin otro. Si existiese la posibilidad de que no hubiese otro. Que no hubiese rival. Que fuera más bien una exposición de cómo llegar a vencer las piezas de… claro. No puede ser. Siempre tiene que haber otro. Uno mueve sus piezas y el otro las otras. No valdría. No sería correcto no mover las piezas. Sería como dar una conferencia sobre cómo jugar una partida y que un jurado la valorara. O que la valorases tú. Eso podría valer, fíjate. Que no hubiera jurado, que la valorases tú nada más. Pero claro, la valorarías respecto a lo que dijese otro y estaríamos en otra parecida. Qué manera de darle vueltas a algo que no tiene solución. Se juega contra otro. Otro que, habitualmente es mejor. Que tiene las piezas buenas. Por muy precarias que las tenga, por muy pocas que sean, siempre, llegados a un punto similar de la partida, las suele tener mejores. Pero que mucho mejores. Ya no sé qué más. Tanto hablar del otro, pero a ver si viene ya con las piezas porque con el tablero vacío, aquí solo tampoco hago nada. Qué dependencia, madre mía.

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