La verdad es que importarme, importarme, a mí me importa ahora mismo un pimiento el edificio ese. De hecho me ha importado toda la vida pimiento y medio todo. De hecho, he sido infinitamente más feliz cuando no me importaba nada. Era otra época, otro tiempo, cuando yo no sabía, por ejemplo, que ese espacio se llamaba Portal de la Vila. ¿Vosotros lo sabíais? Portal de la Vila. El edificio ese. El del Portal de la Vila. Portal de la Vila ¿dónde es? Ah, sí, el edificio ese.
Ese edificio. Me pongo en modo recreación histórica. Un día el edificio ese entró en nuestras vidas. Un gran proyecto que iba desde la misma puerta de la Iglesia Mayor de Santa Coloma de Gramenet a la boca del párking de la Rambla Sant Sebastià. Un proyecto de reordenación del territorio, de abrir calles, de espaciar lo cerrado, que culminaría con uno de esos edificios emblemáticos que a toda ciudad le gusta tener. El edificio ese. La torre tal. Un lugar para que los oficinistas de toda el Área Metropolitana vinieran a agobiarse quedándose más horas de las necesarias, tomando algo en un bar de la Rambla luego comentando con los compañeros que hoy el jefe ha estado a punto de decirles que ok al proyecto ese. En el edificio ese. Cuántas historias, cuantas madres hablando de que su niña trabaja en el edificio ese ganando dos mil al mes. Cuántos padres con las camisetas que les dan a los hijos en las oficinas encendiendo el fuego en el merendero. Cuánto orgullo de ciudad albergando negocios y tecnología. En el edificio ese.
Y un día, todo se vino abajo. El edificio ese no, ese edificio sigue ahí. Inamovible. Y ya nos hemos acostumbrado a poner carteles en las vallas. Aitor Libertad. Conferencia sobre Corea del Norte. Batukada infinita.
Nos hemos acostumbrado a pasar por ahí y no mirar. De vez en cuando a alguien se le ocurre preguntar y las respuestas son difusas. Y no le importa a nadie. A mí ya no me importa. A mí como a mucha otra gente de esta ciudad, me está llegando la hora de pensar que si las cosas son así son porque están bien. Que habrá cosas que no están bien, pero será porque no podrá ser de otra manera. El edificio ese, por ejemplo. El portal de la vila. O no.
Esperamos a que el edificio ese se vuelva a hacer solo. Nos hacemos a la idea de que dentro de esas ruinas, en realidad todo funciona como si estuviera hecho. Como si ahí ya estuviesen esos oficinistas que tienen mucho lío y no voy a poder ir a aquello. Como si ya estuviesen ahí esas empresas de i+d+I, haciendo proyectos e inversiones. Como si ya... lo dejamos ahí y esperamos o nos hacemos a la idea de que ya la tenemos. Y no miramos hacia el edificio. Lo dejamos a un lado. No le hacemos muchas fotos. Si caminamos por la calle del Pedró, a veces, vemos saltar gatos, vemos una pintada, no sabemos qué pasará entre esos hierros, entre esos bloques de cemento.
Igual están ahí los espíritus de los que deberían haber ido allí a vivir o a trabajar. Igual no se hace nada con ese edificio, con el edificio ese, porque algo pasa allí dentro.
Algo sobrenatural y fantástico. Igual podríamos abrir un proceso de participación con los espíritus del interior para saber qué quieren hacer con su vida. Con su trayecto fantasmal por Santa Coloma. Como una novela de Ballard. Edificio en ruinas, citar a Ballard.
No estoy descubriendo nada nuevo.
Es el oscuro encanto de la espera. Esperar a que lo que se está cayendo no se caiga y se vuelva a rehacer. Que todo vaya como esperamos. No lo miramos, no nos importa un pimiento, solo esperamos a que por arte de magia, zas, al edificio ese le pase algo.
Ojalá alguien haga algo pronto. O no.
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