Son muchos y muchas las que me contáis que la reciente situación que se vive en nuestro amado territorio patrio os impide conciliar el sueño como deberíais. No ha sido mi caso. Quizás porque he somatizado la tensión mediante unos dolores de espalda terribles, que ayer por cierto cesaron, o porque cuando caigo en la cama lo hago tan cansado que me duermo como un conejo.
Sea como sea, esta noche no ha sido así. Puede que me haya desarropado o por cualquier cosa que se me escapa, el caso es que esta noche he tenido el sueño irregular. Creyendo que iba a ser una noche toledana, finalmente he caído y he soñado. Y qué sueño.
De todos es sabido que mi relación con los coches, con la automoción, con los viajes en coche es controvertida. Desde los lejanos tiempos de 'las curvas no se me dan bien', hasta nuestros días de no saber abrir el capó, todo lo relacionado con el coche y el viaje es un problema. Luego nunca pasa nada, o casi nada, pero ahí ando. Sufro. No lo llevo bien. Nadie lo nota cuando me ve conducir, pero paso lo mío. O lo nota.
El caso es que esta noche he soñado que iba en el coche con mi hermano como copiloto. Se supone que hacíamos el viaje de regreso desde Vilches, Jaén, a Santa Coloma de Gramenet. Acabábamos de dejar un primer tramo de carretera para llegar a la autovía, y yo le comentaba a mi hermano que habíamos pasado los primeros cien kilómetros en una hora. Es un sueño, en la realidad el primer tramo no dura más de siete kilómetros.
Entro en la autovía y veo que el paisaje, el fondo que se dibuja delante de mí, es el de unas montañas como dibujadas, en colores negros, naranjas, marrones, con formas picudas, contorneadas como si fueran eso, dibujos hechos con un rotulador. Pienso que el asfalto es bueno y que debe ser Despeñaperros, se lo digo a mi hermano y voy avanzando por una autovía que parece únicamente hecha para nosotros.
Pero delante nuestro aparece un coche y me dispongo a adelantarlo. Igual no he hecho mucho hincapié en lo de las montañas como dibujadas y pintadas de colores, pero esa primera impresión al verlas todavía me... Cuando voy a adelantar al coche de delante, miro por el retrovisor para ver qué tengo detrás.
Y cuando miro, lo que me devuelve el espejo es la cara de la conductora del coche de detrás que es la de Ana Risueño, la actriz Ana Risueño (que cuando todo ha sucedido no le he puesto el nombre de Ana Risueño, sino el de Alicia Borrachero, y he tenido que buscar su cara cuando se ha visto que no correspondía el nombre con la cara y a ver porqué se me ha aparecido la cara de Ana Risueño), con una cara especialmente blanca, el pelo negro y un corte similar al de la foto. En su rostro se dibuja una risa siniestra. Una boca como una raja, medio abierta, de la que salen como unos algodones blancos, difuminados. No es un humo blanco, no es vapor. De su boca sale como algodón, como cuando rompes el algodón y se queda la bola deshecha. Ese algodón en esa boca y esa risa y esa cara. Y me asusto.
Y me dispongo a adelantar, como espiritado porque me he asustado. Y al cambiarme de carril, no me fijo que en el carril que ocupo se encuentra otro coche delante. Un coche delante que me voy a comer, contra el que voy a estamparme yo en el coche acompañado por mi hermano. Me voy a comer el coche de delante sin remisión, pero el coche de delante es también un coche fantasma, como lo es la imagen de Ana Risueño. No lo he dicho. La imagen de Ana Risueño parece la de un fantasma. Y me como al coche de delante pero el coche de delante es transparente, es incorpóreo, es inmaterial, es su puta madre.
Porque del susto empiezo a gritar y me cambio de carril y quiero coger la primera salida que se presenta mientras grito y asustado... suena el despertador y son las siete de la mañana.
Y a ver porqué se me ha aparecido la cara de Ana Risueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario