sábado, 6 de enero de 2018
Crónica de una Cabalgata que pasa.
Dicen que la clase obrera va al paraíso. Son pocos los días en los que los trabajadores y trabajadoras, los colomenses y las colomenses, pueden permitirse el lujo de decir que están en el cielo. Un cielo que dura poco, que pasa deprisa, que se hace corto. Un paraíso en el que las caras de los niños y niñas que ven pasar las carrozas, sean estas como sean, lucen más radiantes que el sol. Un paraíso en el que aguzamos la vista para no confundir los papelitos brillantes con los caramelos. Un paraíso que nos devuelve a casa con un montón de caramelos en los bolsillos, con quizás un pedazo de cartón, con la cara pintada por alguna carbonera con ganas de gresca y con la terrible, terrorífica sensación de que después de la cabalgata, después del día de Reyes todo vuelve a ser como es. Peor.
Este año para seguir la cabalgata me he desplazado lejos de mi barrio. Como quiera que la impaciencia me ha podido, no he podido esperar y me he lanzado a la calle para ver cómo respiraba Santa Coloma. Sí, así soy ya. Un periodista. Me falta una cámara al hombro y un chalequillo con bolsilletes para ser identificado del todo como reportero, cronista o brasa normativizado, pero me acerco a pasos agigantados. Por la calle, cuando queda todavía mucho tiempo para que lleguen los Reyes que dicen que han llegado a las pistas de Atletismo del Numancia, tal y como van relatando las redes sociales, ya hay gente. Frente al Inedit, en la plaza Olimpo, en el Parc Europa, las masas bajan de Singuerlin pasando junto al dinosaurio de los cúbics y toman sitio a lo largo de la Francesc Maciá. Decido seguir adelante y apostarme en la esquina de Anselm de Riu, porque ya les veo venir.
La cabalgata viene presidida por una estrella de buen tamaño, inflable, a la que siguen unos cabezudos caracterizados con planetas en sus cabezas, que recuerdan mucho a Comediants, y todo lo que recuerde a Comediants, es bien. Y a partir de ahí, la sucesión de carrozas, que a uno se le figuran pocas y los tres carruajes de los Reyes Magos que parecen simular las atracciones de una feria. No esperen el dato exacto de carrozas, de comparsas, de gente… porque incluso habiendo visto la cabalgata dos veces, no conseguí apuntar nada. Como siempre. Sin embargo, algunos comentarios.
Los autobuses de la Tugsal no los paga la ANC ni Omnium y no van de amarillo por nada en especial. Uno siempre ha sentido más apego por los autobuses rojos. Así que no hay motivo para considerar que Santa Coloma ha caído en la tentación de politizar, ni de perturbar el dulce momento de los niños. Yolanda Valero. Una de las atracciones de la cabalgata, de las pocas atracciones, es saber si la bailarina local va a volver a encumbrarse en su carroza y eclipsar al resto de participantes, incluso a los reyes mismos, tras su ausencia del año pasado. En esta ocasión, ha vuelto a la cabalgata, pero cediendo su puesto como ‘estrella resplandeciente’, o ‘ángel luminoso’, para bajar a la cabalgata y bailar al son de la música dirigiendo los pasos de sus alumnas. Los caramelos. Caramelos y caramelos. Niños tirando los caramelos como si los derramaran, niños tirando caramelos con entusiasmo, niños intentando bloquear que otros niños tengan caramelos, señores y señoras mayores rebuscando entre tus piernas porque hay, ahí, un caramelo. Vale todo. Los tamborileros, vestidos con sus armillas peludas, tamboreando. Las chicas de las plataformas altas, las chicas que movían los bracitos así, subidas a unas tarimas altísimas, sin duda lo mejor de la noche. Esas chicas que movían sus brazos y sus manos onduladas, sonriendo, dándole a la cabalgata un toque de algo que se echa a faltar.
Demasiado pedestre a veces, demasiado real, demasiado tangible. Ver a personas conocidas por todos sin más disfraz que un peto, o una armilla, y poco a gente caracterizada, transformada, digamos que poca magia. No sé. Me voy a lanzar. Quizás un poco sosa. Nada que objetar a la gente que participa y prepara sus movidas con toda la ilusión. Pero cuando pasan los carboneros, cuando ha pasado el muñeco ese blanco manejado por titiriteros, y aparecen ya los coches de la policía cerrando la juerga, no sé. Uno tiene la sensación de que se le ha hecho corto y de que ha sido un poco soso. Y de que Santa Coloma se lanza a la calle, la gente quiere estar y ocupar el espacio público. Y con qué poco es caz de disfrutar tanto.
No sé quién la organizó este año, ni quién la monta, ni nada. Me da igual, posiblemente yo no lo haría mejor. La volví a ver en la puerta del Pujadas. Ahí el ambiente era mayor, mucha más gente, quizás el bullicio de la gente suplía la ausencia de más cosas. Da la impresión de que la cabalgata es una rutina. Que las cosas pasan y se hacen. Y que ya está. Que está hecha, pasa, hacemos un poco lo mismo, y bueno. Y ahí estamos los que decimos… pues vaya, qué corta. Qué poco… parece una cabalgata un poco de transición hacia otra cosa. Alguna vez. Verás el año que viene.
Pero, como bien dice un paisano, y qué. Somos adultos y los adultos tenemos la capacidad de quejarnos, analizar, buscarle las tres vueltas al gato y considerar que, a lo mejor, la cabalgata resulta un tanto sosa. Nada de esto tiene la menor importancia para un niño o una niña que vaya a contemplar el paso de los Reyes, nada de esto tiene la menor importancia para los padres y los familiares de esos niños que deben derretirse cuando ven las caras de los chavales y se imaginan a ellos mismos a bordo de ese barco pirata o de esa carroza luminosa. Por un momento, ese es el paraíso. Pero algunos, ni con el paraíso, tan fugaz, estamos contentos.
La cabalgata sigue su camino avenida Santa Coloma arriba. Pretendo hacer tiempo hasta que lleguen de nuevo a la plaza de la Vila, pero este año me dejo el cierre. Y me pierdo quién ameniza la velada, y no sabré qué criticar sobre el discurso de la alcaldesa, y si la música era adecuada para el feliz desarrollo del crecimiento de los niños. A veces hay cosas que es mejor no saberlas. Aunque el periodista deba saberlo todo o al menos estar presente. Y ahí vuelvo a fallar.
Con la cara pintada, un trozo de carbón en el bolsillo y caramelos a tutiplén que se perderán en cualquier cajón de mi casa, hoy es día de Reyes y la cabalgata ha pasado. La ciudad antes roja y ahora en estado de catarsis vuelve a la realidad el lunes. Una cabalgata nueva viene a la ciudad, más densa, más larga, con más luces. Y peor
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