La mayoría de la gente tiene unos gustos y unas aficiones muy constreñidos al medio en el que se mueve. Si son gente de ciudad, lo más normal es que sean aficiones ligadas a la vida urbana. Si son de campo, muy posiblemente tengan otro tipo de aficiones. No soy antropólogo. Hay gente para todo y todos somos un poco así. Hay sin embargo momentos en los que nos vemos empujados a hacer cosas que no son parte de nuestro modo de vida y hacemos cosas que son parte de la vida de otros. Subía yo a mi piso tras una durísima jornada laboral cuando me tropecé de nuevo con mi vecina la Marquesa de Brünn, vestida con un ceñido pantalón y un suetercillo de cuello alto negros ambos. La Marquesa de Brünn tiene más o menos mi misma edad, estamos más cerca del final que del principio, etc. Su figura estilizada y un porte heredado de la nobleza que recoloca las estructuras óseas de lo seres humanos pertenecientes a nuestro estamento social de una manera diferente, me hacía sentirme cada vez más atraído por ella. No buscaba su compañía, pero reconozco que de una manera u otra, casi todos los días acababa tropezándome con ella. Y así, ese día, no tuve por menos que preguntar a dónde se dirigía después de saludarla protocolariamente, desinteresadamente, distraídamente. Iba a comprar el pan. Conozco una panadería, me comentó, que elabora uno de los panes más magníficos de toda la ciudad. Normalmente consumo el pan que venden aquí abajo, incluso alguna vez he ido a la propia panadería de los Roseblau para comprar algo. La verdad es que me gusta poco el pan, no soy especialmente quisquilloso con el tema y, pese a que sé que se presentan infinidad de clases de pan, acabo recurriendo siempre a lo más simple. Me apetecía saber qué podía tener la panadería a la que acudía la Marquesa de Brünn y así la acompañé. Me dijo que iba a la panadería de la señora Di Filippo, una panadería situada en un callejón escondido dentro del barrio italiano, que presentaba un surtido de panes que merecía una visita aunque fuera simplemente para mirar. Así que fuimos paseando hasta el barrio italiano, un barrio que frecuento poco porque no soy italiano y porque no conozco a nadie que resida allí. Además, coge lejísimos. El paseo fue muy agradable. La Marquesa de Brünn me comentó que aquella noche había dormido mal, que se sentía desconsolada, con desconsuelo en el estómago (esto me lo dijo mirándome a los ojos como aclaración), y que solo tenía un propósito para cumplir en todo el día que no era otro que el de comprar pan. Y hablando y comentando y esquivando deliberadamente volver a cruzar nuestras miradas porque quizás descubriría mi fascinación cierta, llegamos a la panadería de la señora Di Filippo. La panadería en sí no tenía nada especial, un pequeño recinto con las tradicionales cestas separando los distintos tipos de panes y la señora Di Filippo apenas hablaba cuatro palabras de nuestro idioma. La Marquesa de Brünn, sin embargo, entró en la panadería y multiplicó por cinco sus dotes que la situaban muy por encima de la media de los humanos, como he comentado ya anteriormente y espero no resultar cansino con el tema. Parecía volar por entre las cestas, parecía levitar entre los panes, los bollos, los roscos, los bastones, la repostería fabricada a mano por la propia señora Di Filippo, los panecillos rellenos de crema, las trenzas, las variedades típicas italianas y las propias de aquí. Su cara, de natural serena y plácida, experimentó una sublimación de sus rasgos que parecía elevarla a la categoría de musa. Quizás me estaba enamorando de aquella mujer. Entabló en italiano una conversación con la panadera y le preguntó sobre las nuevas variedades, nuevos productos, cosas exóticas que habían llegado a su surtido... la señora Di Filippo le dijo que no había nada de especial, que todo era como siempre, que no entendía... pero la Marquesa de Brünn parecía haber entrado en trance. Un trance en el que yo creí ver que incluso le aparecía un aura. Un trance en el que su pantalón y suetercillo negro parecía ser un fluido oscuro que coronábase con una cabeza rubia y sus manos y sus piernas y toda ella parecía como un pájaro, como una energía... y al cabo de unos minutos de andar revoloteando y trascendiendo le dijo a la panadera que muchas gracias pero que no iba a comprar nada. La señora Di Filippo masculló algo que creí entender como un 'come sempre'. Me supo mal y escogí una barra normal y me la llevé. Al salir y volver a casa la Marquesa de Brünn me miró displicentemente para decir 'el pan engorda'. Volvimos a casa. No recuerdo si la invité a subir o fue ella la que me invitó a mí a comer. Sé que ni subió ella ni me quedé yo.
jueves, 4 de enero de 2018
Yendo a por pan con la Marquesa de Brünn
La mayoría de la gente tiene unos gustos y unas aficiones muy constreñidos al medio en el que se mueve. Si son gente de ciudad, lo más normal es que sean aficiones ligadas a la vida urbana. Si son de campo, muy posiblemente tengan otro tipo de aficiones. No soy antropólogo. Hay gente para todo y todos somos un poco así. Hay sin embargo momentos en los que nos vemos empujados a hacer cosas que no son parte de nuestro modo de vida y hacemos cosas que son parte de la vida de otros. Subía yo a mi piso tras una durísima jornada laboral cuando me tropecé de nuevo con mi vecina la Marquesa de Brünn, vestida con un ceñido pantalón y un suetercillo de cuello alto negros ambos. La Marquesa de Brünn tiene más o menos mi misma edad, estamos más cerca del final que del principio, etc. Su figura estilizada y un porte heredado de la nobleza que recoloca las estructuras óseas de lo seres humanos pertenecientes a nuestro estamento social de una manera diferente, me hacía sentirme cada vez más atraído por ella. No buscaba su compañía, pero reconozco que de una manera u otra, casi todos los días acababa tropezándome con ella. Y así, ese día, no tuve por menos que preguntar a dónde se dirigía después de saludarla protocolariamente, desinteresadamente, distraídamente. Iba a comprar el pan. Conozco una panadería, me comentó, que elabora uno de los panes más magníficos de toda la ciudad. Normalmente consumo el pan que venden aquí abajo, incluso alguna vez he ido a la propia panadería de los Roseblau para comprar algo. La verdad es que me gusta poco el pan, no soy especialmente quisquilloso con el tema y, pese a que sé que se presentan infinidad de clases de pan, acabo recurriendo siempre a lo más simple. Me apetecía saber qué podía tener la panadería a la que acudía la Marquesa de Brünn y así la acompañé. Me dijo que iba a la panadería de la señora Di Filippo, una panadería situada en un callejón escondido dentro del barrio italiano, que presentaba un surtido de panes que merecía una visita aunque fuera simplemente para mirar. Así que fuimos paseando hasta el barrio italiano, un barrio que frecuento poco porque no soy italiano y porque no conozco a nadie que resida allí. Además, coge lejísimos. El paseo fue muy agradable. La Marquesa de Brünn me comentó que aquella noche había dormido mal, que se sentía desconsolada, con desconsuelo en el estómago (esto me lo dijo mirándome a los ojos como aclaración), y que solo tenía un propósito para cumplir en todo el día que no era otro que el de comprar pan. Y hablando y comentando y esquivando deliberadamente volver a cruzar nuestras miradas porque quizás descubriría mi fascinación cierta, llegamos a la panadería de la señora Di Filippo. La panadería en sí no tenía nada especial, un pequeño recinto con las tradicionales cestas separando los distintos tipos de panes y la señora Di Filippo apenas hablaba cuatro palabras de nuestro idioma. La Marquesa de Brünn, sin embargo, entró en la panadería y multiplicó por cinco sus dotes que la situaban muy por encima de la media de los humanos, como he comentado ya anteriormente y espero no resultar cansino con el tema. Parecía volar por entre las cestas, parecía levitar entre los panes, los bollos, los roscos, los bastones, la repostería fabricada a mano por la propia señora Di Filippo, los panecillos rellenos de crema, las trenzas, las variedades típicas italianas y las propias de aquí. Su cara, de natural serena y plácida, experimentó una sublimación de sus rasgos que parecía elevarla a la categoría de musa. Quizás me estaba enamorando de aquella mujer. Entabló en italiano una conversación con la panadera y le preguntó sobre las nuevas variedades, nuevos productos, cosas exóticas que habían llegado a su surtido... la señora Di Filippo le dijo que no había nada de especial, que todo era como siempre, que no entendía... pero la Marquesa de Brünn parecía haber entrado en trance. Un trance en el que yo creí ver que incluso le aparecía un aura. Un trance en el que su pantalón y suetercillo negro parecía ser un fluido oscuro que coronábase con una cabeza rubia y sus manos y sus piernas y toda ella parecía como un pájaro, como una energía... y al cabo de unos minutos de andar revoloteando y trascendiendo le dijo a la panadera que muchas gracias pero que no iba a comprar nada. La señora Di Filippo masculló algo que creí entender como un 'come sempre'. Me supo mal y escogí una barra normal y me la llevé. Al salir y volver a casa la Marquesa de Brünn me miró displicentemente para decir 'el pan engorda'. Volvimos a casa. No recuerdo si la invité a subir o fue ella la que me invitó a mí a comer. Sé que ni subió ella ni me quedé yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario