El resto del texto lo dedicaremos a hablar de otras cosas, pero lo que vamos a hacer ahora es describir a Marwan Ibn Yyaqub. No es posible que hayamos llevado a cabo una aproximación a un personaje y no digamos cómo es. Que le pongamos una cara, que destaquemos algún rasgo de su carácter, si alguna tara física le define, si alguna vez estuvo tentado de rizarse el pelo o dejárselo liso. Si era o no era. Si lo hacía o no lo hacía. Dedicaremos estas primeras líneas del texto a hablar de eso y luego hablaremos de otras cosas. Marwan Ibn Yyaqub respondía básicamente a las características básicas de una persona de su origen. Era alto, tan alto que podía alcanzar perfectamente los dos metros. Era fibroso, espigado, con la tez especialmente morena pero de un moreno sobrevenido, un moreno de quien es blanco de tez pero se ha vuelto moreno por la exposición al sol. El sol, a Marwan Ibn Yyaqub, ha quedamos que el sol le parecía de aquella manera, porque hay quien viene del sol y el sol no le gusta. Marwan Ibn Yyaqub se vestía con las ropas del lugar que visitaba. Informal cuando necesitaba ser informal, elegante cuando disponía de medios para serlo, pero siempre conservando algo distintivo de la tierra que le vio nacer. Qué bonito es todo cuando conservas algo de eso. Qué bonito cuando conservas. Ser conservador. Conservador. Conservador. Que nada cambie. Finalmente podría ser ese el sentido de este texto. La historia de alguien que viaja y que acaba percibiendo de que nada cambia. Que todo es igual en todas partes. Ese podría ser el bonito resumen de todo. Y no lo será porque no es así. Paseando una tarde por las estribaciones del monte Fuji se paró a pensar en el desierto de Atacama, donde había pasado algunos años. Y cayó en la cuenta de que no se parecía en nada al desierto del Takla Makan. Y nada se parece a esa sensación que como ya la hemos contado la vamos a obviar. Lo que ya hemos contado, no hace falta repetirlo. No hace falta estar todo el tiempo explicando las mismas cosas. A Marwan Ibn Yyaqub, sin embargo le gustaba que las cosas se las explicaran varias veces, deleitarse en los pequeños matices que diferenciaban un relato de otro. Las pequeñas cosas. A Marwan Ibn Yyaqub le gustaban las pequeñas cosas, los cambios de clima, los helados de vainilla, el pollo a l'ast. Le encantaba el agua fría. Fresquita. Qué buena. No le gustaba nada el vino. No soportaba la cerveza. Pero le encantaba ir a sitios concurridos donde hubiera personas bebiendo o hablando. Le gusta todavía. Le está gustando en estos momentos. Le gustaba el calzado cómodo pero ahora le gusta el calzado incómodo. Le gustaban las camisas verdes y le gustan las camisetas en tonos fríos. El tono frío, dice Marwan Ibn Yyaqub, le hace estar más fresquito. No es cierto que Marwan Ibn Yyaqub fuera una persona que gustase de ir vestida como si estuviera en su tierra. De hecho Marwan Ibn Yyaqub no era una persona que supiese nada de su tierra, porque no tenía conciencia de que hubiera una tierra suya.
Y ahora, si queréis , si quieren, nos apeamos del trato y hablamos de otra cosa.
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