Desde por la mañana, tampoco muy temprano, me voy al parque y me pongo a hablar con la gente. Sobre todo con la gente mayor. Son gente mayor que vino antes que yo, que ya estaban aquí cuando yo vine, pero yo vine de muy joven y no me parece que ellos vivan aquí desde antes que yo. Yo soy casi de aquí. Yo soy de aquí. Vine de pequeño, con mis padres, mi madre murió muy poco después de que yo cumpliera los doce años. Llevábamos dos años aquí. Mi padre se quedó solo con tres hijos. Ninguno de mis dos hermanos viven aquí. Uno vive en Wolfsburg y el otro se volvió a Turquía. Yo sigo viviendo en el mismo sitio.
Todas las mañanas voy al parque y me siento con ellos. Ellos ya han empezado a hablar y yo me uno a la conversación. Parece que me están esperando. Me siento primero y les saludo. A ellos les hace gracia verme. Luego empieza la discusión. Ellos son de los que llegaron y siguieron manteniendo las costumbres de su casa. Se sientan a hablar y recuerdan su tierra. Se sientan y hablan y hablan. Y recuerdan. Y cantan de vez en cuando canciones que creen olvidadas pero de las que todo el mundo se acuerda. Y las cantan todos. Muy pocas veces hacen esto, les da vergüenza que les pueda escuchar alguien. Se ponen a hablar y recuerdan que cuando llegaron la gente aquí era muy seria, muy seca, no les quería, pero ellos vinieron y no se metieron con nadie. Querían trabajar y trabajaron. Gülen, uno de los más habladores, tiene historias para todo. Cuenta cuando llegó aquí muy joven, cuando les bajaban del tren y les pedían los papeles, cuando llegó a Düsseldorf y cuando se encontró con su primo y su tío, que le alojaron en casa durante unos meses. Cuando comenzó a trabajar. Trabajar. Solo trabajar. A veces recuerda alguna canción y la susurra en voz baja, los demás le siguen muy bajito.
Gülen se casó y tuvo cinco hijos. Una de sus hijas, Elif, me gustaba. Íbamos juntos al colegio, luego estudiamos juntos en el instituto, yo empecé a trabajar y ella se fue a la universidad. Yo estaba enamorado de Elif. No me gusta recordarlo. Gülen cuenta la historia de Elif cada día. Cuenta que su hija estudió y que ahora está trabajando limpiando empresas. Que de qué le ha servido estudiar. Que este país no les ha reconocido su trabajo, su esfuerzo. Que este país es una mierda. Que ellos vinieron a trabajar, que trabajaron y trabajaron. Que ni siquiera saben ya cantar en voz alta, como antes. Que solo cantan en voz bajita, para no molestar. Y que sin molestar, molestan. Siempre han molestado.
Y a Gülen le sigue Ahmit. Ahmit es el más virulento de todos. Dice que quiere volver a Turquía. Que no lo soporta un día más. Que echa de menos el frío de su pueblo. Las casas blancas. El olor. Que se acuerda de la familia de su madre, las fiestas que hacían. Que quiere volver. Creo que llevo cuarenta años escuchando a Ahmit con la misma historia. Quiere volver, pero no vuelve nunca. No tiene nada. Ahmit no se casó, pensando siempre en volver. No quiso echar raíces, pensando en volver. Si alguien habla de fútbol, se cabrea como un mono. Dice siempre que el fútbol solo sirve para que te engañes, para que pienses que tienes un vínculo con la ciudad, para que olvides tu tierra. Que los que olvidan su tierra son unos cabrones.
Es entonces cuando hablo yo. Siempre les digo lo mismo. Les enciendo. Les digo que son unos sinvergüenzas, que hablan y hablan y que en su tierra ni siquiera podrían hablar. Que son unos desagradecidos, que se quejan por estar hablando allí en un banco, cuando nadie hace esas cosas nada más que ellos, que ningún otro alemán sale a la calle a perder el tiempo. Que lo que ocurre es que son unos atrasados, que lo único que han hecho ha sido traer atraso a este país. Que los que no olvidan, los que mantienen el recuerdo, son culpables de los males del país. Que su país es olvidable, que en su país solo hay escoria y miseria. Que son como las ratas, siempre hurgando en la basura buscando la mierda para comérsela. Que este país es grande cuando abre la mano, pero más grande cuando la cierra y aprieta el puño. Que yo estoy orgulloso de ser de aquí, de haber olvidado las canciones, las historias, de no hablar nunca con mi hermano que volvió a Turquía y quién sabe si no estará rezando todo el puto día, como si se creyera el puto Mahoma. Que cada día que les veo ahí sentados me entristece verles quejarse, que preferiría verles muertos. Les recuerdo que sus hijos ya no son turcos, que son alemanes, pero alemanes si quieren ser alemanes. Europeos si quieren ser europeos. Que los jóvenes ya no quieren escuchar a los viejos, que solo cantan canciones de mierda, que solo saben hablar de sus pueblos de mierda.
Y los viejos me miran y el cabrón de Gülen siempre me pregunta:
- ¿Y tú porqué no te casaste Turgut?
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