Del compendio de relatos del mágico género de los viajes, que ahora sé que tiene un nombre pero no recuerdo cuál, escrito por la profesora Amaranta Deutsch y titulado con el poco acertado nombre de 'Viajes comunes', les recomiendo el texto aportado por Benjamin Bubakar y que se llama 'De aquí para aquí'.
'Todos tenemos sueños. Todos hemos querido un día partir del lugar en el que estamos y salir buscando un mundo nuevo. Aire fresco. Otra realidad. Creo que, desde que el primer homínido comenzó a buscarse la vida, este ha sido el principal motivo de nuestra expansión por el planeta. Ir, la incomodidad con el lugar en el que uno se encuentra y la posibilidad de hacerlo mejor en otra parte. Ese y no otro, pienso, que es el motivo por el que el ser humano da vueltas por el mundo sin parar. Y si lo hace así, es porque nunca acierta con el final del viaje. Y es lo que me ocurrió a mí.
Había entrado a trabajar hacía unos meses en una empresa de empaquetamiento de sueños, con una tradición antiquísima en el ramo, que había vivido momentos de mucha gloria y mucho éxito, pero que desde hacía bastante tiempo se encontraba en franca recesión. No sé porqué entré a trabajar allí, porqué me aceptaron, porqué decidieron que podría ser una buena manera de tirar hacia delante con una empresa que en la calle ya casi nadie conocía. La empresa de empaquetamiento continuaba con la idea de empaquetar los sueños de manera tal que fuera difícil desempaquetarlos y que una vez fuera de la caja, el portador no supiera qué hacer con ellos. Lo que hacía que los sueños fueran ciertamente inútiles. Una empresa que empaqueta sueños debe hacer que esos sueños sean de apto uso para quien los recibe. Quizás durante el primer año no me daba cuenta de que aquella empresa se estaba convirtiendo en algo intrascendente para el conjunto del negocio. Comencé a sugerir ideas y a estar en franco desacuerdo al cabo de menos tiempo del que imaginaba con todo lo que allí sucedía. El propósito de empaquetar sueños y repartirlos por el mundo me había parecido siempre una tarea especial, preciosa, y a ella quería entregarme en cuerpo y alma.
Entre mis compañeros en la empresa mis ideas no hacían demasiada gracia. Me encontré de todo. Desde el que me decía que lo que decía no tenía sentido y que me había equivocado de empresa, el encargado que pensaba que sólo él era capaz de llevar adelante una empresa cada vez más reducida y contento de que así fuera, o la marisabidilla que siendo más fiel que nadie a los principios originales de la fundación, en realidad, parecía trabajar para la competencia. Una tras otra, las jornadas de trabajo transcurrían entre bromas crueles hacia quienes emprendían otros proyectos de empaquetamiento de sueños más exitosos, la lucha contra quienes en la empresa intentaba desde la cabeza lejana en una ciudad desconocida, hacer algo por salvar el barco, el coqueteo incesante con la competencia, el inmovilismo, y sobre todo, el desprecio más absoluto hacia quien no seguía cierta idea de empaquetamiento de sueños que no interesaba ya a nadie. Nuestros pedidos eran cada vez menores, nuestro trabajo, más inútil.
Decidí irme.
Emprender. No soy una persona emprendedora, ni valiente, ni con ganas de progresar, pero aquel clima me parecía que nos llevaba al desastre. Estábamos en el desastre. Y así, me fui de allí. Había oído que en un lugar lejano, se había creado una empresa nueva, que pretendía hacer del empaquetamiento de sueños algo real, algo útil, algo sencillo y que realmente sirviera a quien abriera el paquete, para soñar. Recuerdo como, la marisabidilla, había hecho comentarios escuetos, breves, lacónicos, sobre aquel lugar, aquella empresa, desaprobándola de manera encarecida. Cómo había ridiculizado a sus gentes y cómo se había dedicado a proclamar a los cuatro vientos que aquellos no empaquetaban sueños, que los habían vendido, que lo vendían todo, que lo trataban como mercancía, que no respetaban la esencia de los sueños. Que eran poco menos que un enemigo del empaquetamiento de sueños. Me dio igual. Partí.
Por el camino, iba escuchando las mismas palabras y los mismos relatos de personas que abandonaban sus empresas y sus cadenas de montaje de sueños para ir hacia aquel lugar. Algunos lo hacían por necesidad material, otros por visión de futuro, otros, como yo mismo, por ganas de respirar aire fresco. Esas gilipolleces que se nos ocurren cuando tenemos la mirada chispeante y el verbo idiota de quien piensa que el futuro será mejor.
Recorrí caminos junto a otros que pensaban más o menos como yo. Hicimos turnos para vigilar que no nos quitasen nuestro sueño empaquetado. Hicimos turnos para soñar cómo sería esa nueva empresa empaquetadora de sueños. Y nos imaginábamos las cosas maravillosas que podríamos hacer si nos permitían trabajar en la empaquetadora de sueños. Y llegamos a un lugar que, pensándolo fríamente, no se parecía a un lugar remoto. El lugar era bastante familiar.
Y mientras esperábamos a firmar el nuevo contrato con la empresa empaquetadora de sueños que tenía escritas en la puerta las mismas normas y las mismas condiciones que mi antigua empresa, vi cómo, desde una ventanilla, la marisabidilla nos miraba y sonreía.
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