lunes, 6 de agosto de 2018
En realidad
El otro día paseaba yo pensando en nada y en todo a la vez y cuando eso pasa sueles tropezar. El tropiezo suele venir de manera inmisericorde justo cuando parece que estás repasando los diversos asuntos que te ocupan y piensas, bueno, no va tan mal. Es algo consecutivo. Bienestar caminante y tropiezo, la advertencia de que no es cierto, de que no va bien. De que hay que seguir estando por lo que estás. Pero en aquel tropiezo ocurrió algo. Un desajuste. Desde aquel día me encuentro raro. Encuentro que veo el futuro, que siento el futuro. Y el futuro es exactamente igual que el presente. Como si estuviera viviendo una historia distópica, veo lo que va a pasar y lo que pasa es que todo es igual que ahora. Que todo continúa de la misma manera. Compruebo que dentro de un tiempo, no sé si mucho o poco, todo es igual. Los coches, indicador para mí de la modernidad y del paso del tiempo, son diferentes, las matrículas cambian, algunas calles están ya reformadas y recién pavimentadas. El futuro, sin embargo, es exactamente como el presente. Continúa todo igual. Incluso el anhelo de que todo sea diferente. Camino por las mismas calles, me fijo en el lugar en el que me tropecé y sigue igual, de la misma manera. Hay otras calles que están distintas, solo sé mirar calles, solo sé hablar de calles, eso sigue siendo igual. El futuro no existe. Desde que me tropecé, he probado a mirarme en el espejo y comprobar qué ocurre. Y no pasa nada. Soy yo. Pero a mi lado suceden cosas. He intentado volver a tropezar otra vez. No lo he conseguido, porque ahora estoy alerta y no me encuentro bien. Veo en el espejo a la gente que me rodea, no son los mismos. A mi lado no parecen haber cambiado, en el espejo parecen otros. Todo lo demás es igual. El sistema, las cosas que pensamos que iban a cambiar, los que nos gobiernan, los que pensaban en cambiar a los que nos gobiernan, los procesos mentales por los que nos regimos, se mantienen. Hablo con la gente del futuro. No sé cómo y de qué manera. A veces como en una distorsión, el futuro es como el presente, de una manera tan parecida que simplemente distingo por un detalle sin importancia que con quien hablo no está aquí, está mañana. O pasado. O dentro de quince años. Y seguimos hablando de lo mismo, y ellos y ellas me hablan de lo mismo. Y recuerdan cosas de mí que yo había olvidado. O que nunca olvidé. Y los que me animaban, lo siguen haciendo. Con lo que significa eso. Que nada va a cambiar. Que las cosas no cambian. Y esperan a que les cuente lo de Parménides. Y no tengo nada que contar. Y será que en el futuro el que cambia soy yo. Y me quiero mirar en el espejo y no sé qué veo. Y paseo por el río y parece el de otra ciudad. Pero es la misma. Y busco entre la gente las caras que imagino que van a estar y las que no y más o menos... y entro en casa y lo que veo es lo mismo. Y no sé. En realidad este texto es un ensayo. Un ensayo de algo que no sé contar. El ensayo de una profecía. El futuro es lo mismo. No lo sé. Pero me lo imagino.
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