Mientras la realidad se va deformando, mientras lo que parece paz y amor va tornándose en otra cosa que es grotesca y zafia, va apareciendo la cara del maestro de ceremonias sonriendo. Esto es lo que tenéis, amigos y amigas.
El otro día fui a la Plaça Sant Jaume al acto de coronación y proclamación como alcaldesa de Ada Colau. El acto que hace cuatro años fue festivo y un motivo de orgullo para todos y todas quienes apostaban por el cambio, por un cambio, se tornó esta vez en un acto de enfrentamiento del que formé parte conscientemente. No íbamos a celebrar tanto que Ada Colau fuese de nuevo alcaldesa, sino a defender a Ada Colau de la más que previsible reacción de los reaccionarios.
Durante todos estos años de Diadas, concentraciones de apoyo a los presos, concentraciones de repulsa por actuaciones policiales, manifestaciones contra la represión, más Diadas, etc., uno tenía la sensación que ya he comentado de estar yendo a manifestaciones de otro. De otros. No eran manifestaciones de todos, eran manifestaciones a las que tenías que sumarte obedeciendo a sus proclamas, contenidos y liturgias. Manifestaciones protagonizadas por gentes que uno veía alejadas de su mundo. De mi mundo. De mis ideas, de mis marcos mentales. Yo soy una persona vagamente de izquierdas. Allí no veía nada de eso.
El Sábado se reunieron en la Plaça de Sant Jaume una colección de frikis del procés. No me pareció que hubiera muchos militantes de Esquerra Republicana de Catalunya en la plaza. Más que nada porque cuando hablaba Ernest Maragall, su candidato, no había excesivo entusiasmo, aplausos claro, pero sin la exaltación de... ¿quiénes eran?
Manuel Delgado fue para mí un referente. Cuando salía en el programa de la Julia Otero haciendo de antropólogo descubría cosas sobre la relación del Estado con los ciudadanos que te dejaban los ojos así de abiertos. No supe que era comunista hasta mucho después. Cuando ya era demasiado tarde. Cuando ya se había pasado al lado oscuro. El Sábado estaba allí. Su cara era la de alguien que odiaba. Que odiaba a Ada Colau. Que nos odiaba. Que nos consideraba odiables.
Y como él los de la plaza. Nos odiaban. Osábamos contradecir y contestar físicamente lo que es el relato que ha de predominar: nosotros tenemos que estar con ellos o no seremos dignos. Ni siquiera hoy que Ada Colau ha vuelto a colocar, para mí ya de manera equivocada y sin necesidad, el lazo amarillo en el balcón del Ajuntament de Barcelona, somos dignos. Nunca seremos dignos de vivir en nuestra propia tierra. Somos, como dijo Joan Lluís Bozzo, el prestigioso director teatral ahora enloquecido, españoles empadronados en Catalunya. No somos nada.
Se nos llamó putas, guarras, todo por no apoyar al candidato indepe Ernest Maragall que hoy, haciendo gala de ese desprecio con el que ya no hay más tolerancia o no debería haberla, ha dicho que si los comunes hubiéramos apoyado a ERC el ambiente sería otro. Es decir, nos merecemos eso. No sé qué más nos merecemos, me lo puedo imaginar.
Allí estaba la consabida colección de ultras que con bandera española nos dan asco y con la estelada nos dan como ternura, porque a fin de cuentas ellos no son fascistas y te lo llaman a ti y has de argumentar porqué no eres fascista simplemente porque no eres indepe. Personas de izquierdas siendo calificadas de fascistas por personas de derechas.
De derechas.
El que tiene que justificar que Valls da sus tres votos por no querer un alcalde indepe eres tú. Fascista. Fora feixistes de l'ajuntament.
Defíneme fascismo.
¿Qué es el fascismo? ¿Lo sabe alguien?
¿Qué es lo más lamentable? Ver a personas de nuestro entorno, no sé si todavía y por mucho tiempo, justificando o minimizando las agresiones verbales y el hecho mismo del porqué se encontraba aquella gente allí. Si no quieren estar con nosotros, que se vayan ya a hacer la revolución de las camisas pardas. Ya basta de aguantar a supuestos y supuestas compañeras justificar su rencor por no haber conseguido puestos en los órganos de dirección riéndole las gracias a fachas.
Los bomberos que iban a ser siempre nostres, efectivamente, eran de ellos. Un cuerpo público, personal público, de parte de una parte.
Nunca más. Nunca más considerar compañeros a quienes argumentan o justifican esa mierda que se vivió el sábado en la plaça Sant Jaume. Nunca más asistir a ninguna ceremonia, acto, actividad, de reivindicación que suponga compartir espacio con esa banda de fascistas. Nunca más acudir a lluites compartides, a sus charlas, a su mundo.
Porque nos desprecian y nos odian. Solo buscan la asimilación, la desaparición, la adhesión inquebrantable. Solo buscan que sigamos su música, su ritual, su ruptura que no es ruptura porque no han roto nada en su vida. Solo buscan que tengamos miedo de estar en una plaza aplaudiendo a nuestra alcaldesa.
Las caras dentro de la sala. Ira. La cara de Elisenda Paluzie, de la ANC, sin aplaudir cuando Ada Colau recordaba a las mujeres... ni eso. La cara de la Paluzie de estar escuchando hablar al servicio. Asco. Clasistas. Un tipo se puso delante nuestro y nos dijo que porqué no aplaudíamos cuando salía Quim Forn. Si es que no lo queríamos libre.
No quiero que los presos políticos estén en la cárcel.
No quiero ni voy a querer nunca que Quim Forn sea alcalde. Ni Maragall. Ni Elisenda Alamany.
Si puedo aplicar mi programa intentaré aplicarlo yo y no estar al lado de quien justifica que nos llamen putas o guarras o alcaldesas españolas. No son palabras exaltadas. Son línea ideológica.
Lo del sábado pasado abre una puerta que va a ser difícil de cerrar. Nunca más.
Y lo más triste de todo era irnos mirando los unos a los otros, a ver qué chapita se llevaba, qué camiseta, qué símbolo. Mirar las caras de miedo a que uno con la chapa de presos polítics se acercara. Qué puta mierda de país.
Qué puta mierda de país donde tenemos que llevar una camiseta con el lema fetén para estar tranquilos.
Qué puta mierda de país.
Y no pasó nada. Unos insultos, gente encarándose, alguien tocándole la cara a alguien, botiflers, tres per cent, vergonya, valls... no pasó nada. Y ya está todo roto.
Cuando al final del plano la imagen ya es totalmente difusa y distorsionada, se enfoca una esvástica.
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