Esta es la clásica historia de persona sentada y pensativa. No hace muchos años me tocó entrevistar a un ser humano excepcional, nada menos que al subsecretario Wassmann y durante esa entrevista me refirió una historia que vengo a reproducir aquí.
Me contaba Wassmann que antes de ser subsecretario fue un jovencito con ideales y que quiso recorrer el mundo propagando la palabra justa y la teoría concreta que iba a cambiar el curso de la historia y torcer el brazo a quien se resistiera. Así, llegó una vez a un arrabal de París en el que un grupo de jóvenes como él discutía acaloradamente en torno a una mesa, pero no conseguía adivinar de lo que trataba la conversación. Se acercó entonces a participar en aquel debate, porque pensaba Wassmann que obligatoriamente la tertulia trataría sobre asuntos que le concernían y por ende concernían al futuro de la humanidad.
Así que allí se dirigió y se convirtió en uno de los espectadores de aquel enfrentamiento que no conseguía desentrañar sobre qué versaba hasta que su mirada se dirigió a alguien que estaba sentado a un lado, pensando. Pensando en algo.
Wassmann me contaba que el agrio debate de la mesa comenzó a desagradarle y a resultarle lastimosamente pobre. En cambio, aquella figura pensativa en una mesa, solitaria, con la mirada perdida y la sensación de no estar esperando a nada ni a nadie le interesó cada vez más. Cada vez más.
Sintió el impulso de dirigirse a él. Comprobó si estaba realmente solo, si estaba consumiendo algo, y fue a sentarse a su mesa.
- Perdone ¿puedo...?
Inmediatamente se sintió incómodo.
Tan desagradable fue la sensación que algo se rompió en él.
Y quiso ser algo diferente. Algo que no molestara. Subsecretario.
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