Dirás que ahora le llamamos revolución a cualquier cosa, pero lo que está consiguiendo el movimiento feminista, los movimientos feministas, en los últimos años es una verdadera revolución.
Y una revolución que provoca cambios. Cambios tan importantes que quienes tienen capacidad de hacer negocio con lo que sea han decidido que el feminismo, que la mujer, que la mujer empoderada, que la mujer protagonista, es negocio también.
Este último mes se ha jugado en Francia el Mundial de Fútbol femenino. Hace cuatro años no recuerdo que televisaran los partidos. Posiblemente lo hicieran. No me enteré. Este año he visto muchos partidos, creo que he visto más partidos del mundial femenino que los que vi del masculino. Una cadena de televisión, Gol Tv, ha dado todos los partidos. En muchos casos solo con mujeres comentaristas. Ex jugadoras y periodistas. Finalmente ayer se jugó la final entre Holanda y Estados Unidos que ganó el conjunto americano por dos goles a cero, cumpliendo los pronósticos que ya la daban por favorita antes de empezar. Particularmente yo iba con Japón. Creo que fue el año pasado cuando se jugó la final sub 21 que ganó Japón y me flipó cómo jugaban. A Japón se la cargó en este mundial Holanda en un partido en el que las japonesas bailaron a las naranjas, pero se adornaron demasiado y al final Holanda las remató.
Un mundial que es una revolución. Una revolución que provoca cambios. Durante este mundial, saltó la noticia de que el Real Madrid decidía entrar en la liga femenina de fútbol española comprando la plaza de otro equipo. Hasta este año, el Real Madrid no había entrado en el fútbol femenino básicamente porque no le daba la gana. Ya estaban pioneros como el Athletic Club, el Espanyol, el Barça, potencias como el Atlético de Madrid... pero el Real Madrid, hasta que no ha visto que era un negocio rentable, no ha entrado. Por un lado es asqueroso que el primer equipo del país no tuviera equipo de fútbol femenino, o que parece que la liga exista a partir de este hecho, pero el tema es que finalmente, algo está cambiando para que incluso ellos entren en el negocio. Porque hay negocio.
Hay negocio, hay interés.
Personas que jamás habrían visto ni diez minutos de un partido de fútbol del mundial masculino se han enganchado al mundial femenino. No soy capaz de describir (no puedo) lo que deben sentir mujeres que jamás vieron un partido de fútbol cuando ven a mujeres correr, saltar, chutar, regatear, golpear, caer, reír, llorar, protestar en un terreno que parecía vedado y que era cosa de hombres.
Los comentarios de las periodistas y ex jugadoras o jugadoras en activo incidían en la dificultad y el valor de lo que estaba pasando. No se entrena regularmente, las porteras no tenían entrenadoras de porteras, en algunos países, como Holanda mismo, la liga es muy reciente. Los contratos son...
Ayer mismo, cuando Estados Unidos levantaba la copa de ganadoras, el público norteamericano gritaba 'equal pay'. Igual salario. La jugadora brasileña Marta al acabar un partido que supone la eliminación de Brasil, se dirige a la cámara fuera de sí para decirle a las niñas que valoren lo que hay ahora y que se esfuercen, que entrenen, que entrenen.
Mientras, ayer mismo, Brasil masculino ganaba la final de la Copa América y se hacía la foto con el fascista de Bolsonaro.
Mientras, Megan Rapinoe, la capitana de los Estados Unidos, levantaba la copa después de haber anunciado que ella no iría a la Puta Casa Blanca a saludar a Trump y reivindicaba su homosexualidad.
Otra cosa. Parece que las futbolistas tienen la 'obligación' de certificar su condición sexual, que parece que está confirmando el cliché. Si juega a fútbol es porque es... y por eso se acepta con normalidad que digan que... dilo. Algo que claro, no ocurre en el fútbol masculino donde todo el mundo es... dilo. Parece que se asume que en el deporte femenino se tiene derecho, por no decir la obligación de ser contestatario, rebelde, antisistema. Y mola. Y mola porque eso es una revolución. Una revolución que da mil vueltas a otras revoluciones.
Lo triste es que en el fútbol masculino, por no decir en el deporte masculino, se asuma que los deportistas son melones, ceros, nada, que pueden posar con Bolsonaro con cara de gilipollas porque bueno, son gilipollas.
Megan Rapinoe es una extremo derecha con una pierna que es un guante. Ayer marcó de penal pero se marcó un par de centros tremendos. Increíbles. Es la jugadora icónica del mundial. Pero en la foto aparece Morgan, una delantero centro de las de armas tomar. Y hay más. La delantero centro de Inglaterra, White, una nueve inmensa. O Kirby, una diez bestial. O las suecas jugando como si todas fueran la misma jugadora. O las españolas, con la athleticzale Irene Paredes, la más athleticzale Lucía García. Tiro para casa.
Y la Rapinoe. Que junto a todo eso es que habla y no tiene miedo. Una revolución. Sin partidos solidarios, sin caridad, sin organizaciones benéficas. De cara.
Ojo. Una hora después, las mujeres disputaban también la final del Europeo femenino. Pero de Baloncesto. Y el baloncesto, como otros deportes, como el balonmano, o el hoquei, los damos por descontados. Las españolas han ganado de veinte a las francesas y lo han celebrado como siempre bailando el vals del obrero de Ska-p. Somos la revolución.
Lo que importa es el fútbol.
La camiseta de Nike más vendida en toda la temporada ha sido la del femenino de fútbol de Estados Unidos. Más que cualquiera de cualquier equipo masculino o femenino.
El fútbol es el deporte universal. Y lo que ha pasado en estos días es una revolución. El fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es algo más importante. Eso decía el mítico Bill Shankly. Pues eso.
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