Miguel Strogoff salió del edificio ciego de ira. Le habían confundido con alguien y no lo podía soportar. Todo su trabajo, toda la fama adquirida, se había esfumado de un plumazo. La intervención de aquel hombrecillo había sido decisiva. 'Personaje menor, equiparable a uno de tantos que...'. Sin saber cómo continuó todo su proceso, se fue y quiso encontrar a su amada para explicárselo. Pero no recordaba su nombre. De repente estaba solo en la calle y no podía volver a casa. No sabía dónde estaba su casa. Strogoff intentó coger un taxi, tardó bastante en encontrar uno, cuando por fin consiguió subirse al vehículo comprendió que algo estaba pasando en el relato.
De qué manera surgían antes las ideas, cuando alguna anécdota te servía para hilar al cabo de un rato algún tipo de relato con un final más o menos ocurrente. La ocurrencia, el imaginario, la imaginación, la falta de vocabulario, los lugares extraños, todo parece que le estaba pasando a otro. En aquel taxi, Miguel Strogoff comprendió que estaba ocupando de chiripa un lugar en un texto de una manera completamente fortuita. No debía estar allí.
Se despertó aquella mañana mucho mejor de ánimo. Había descubierto una cosa. Alguien se había acordado de él, al menos, para rellenar un texto insustancial. Un relato de transición. Buscó a su amada por la casa y no la encontró. Sí que encontró una nota.
'Tengo mucho miedo de que un día recuerdes quién eres y me abandones, así que te abandono yo'. Firmaba una tal Ana María Carlemany.
Volvió a salir del edificio ciego de ira...
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