Al cabo de un tiempo Marwan Ibn Yyaqub volvió a su pueblo. Sus viajes habían sido azarosos, le había ocurrido de todo, había vivido experiencias tremendas, había sido feliz y había sufrido, pero él seguía pensado que era el mismo que un día se fue. Así que regresó a su aldea con la ilusión del que cree volver a casa.
Sus viajes, ciertamente, no le habían cambiado demasiado. Había conservado siempre su forma de vestir, había visto mundo pero conservaba en su cabeza la nostalgia del desierto, había conversado com miles de personas de culturas y credos distintos pero siempre echó de menos la charla con la gente de su lugar de origen. Marwan Ibn Yyaqub lo preparó todo para volver y se presentó en su pueblo un día de diciembre. Llegó e inmediatamente llamó la atención de sus paisanos. Salieron a recibirle como si hubiera llegado un forastero. Los niños le miraban asustados, los adultos le daban la mano y le saludaban y le pedían que entrara en sus casas a descansar y a tomar un té. No habían reconocido a Marwan Ibn Yyaqub. Y es que, aunque él había alardeado siempre de ser el mismo, no era el mismo a los ojos de los demás. Sus ropas habían cambiado aunque fueran pretendidamente iguales, su lenguaje se había impregnado de algunos leves, tenues, giros extranjeros, su mirada también parecía la de alguien que ya no pertenecía a aquel mundo.
Marwan Ibn Yyaqub se plantó en la puerta de la que había sido la casa de su familia y llamó a la puerta. Allí le recibió una anciana que enseguida reconoció como su madre, su madre le hizo pasar y preparó una fastuosa comida para su hijo que había regresado. Su padre, sus hermanos, las esposas y esposos de la familia se fueron reuniendo para contemplar al visitante. Al cabo de un rato Marwan Ibn Yyaqub se dio cuenta de que no le reconocían tampoco y que le preguntaban las cosas típicas cosas que se le preguntan al forastero.
Así que, cuando acabó la comida, se dirigió a su madre y le preguntó si es que no le había reconocido. Soy tu hijo, Marwan Ibn Yyaqub, he pasado largo tiempo fuera y ahora vuelvo. Siempre vuelves, le contestó su madre. Y a todo el que vuelve, aunque se haya ido a un viaje corto, hay que celebrarlo. Vuelve siempre.
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