martes, 21 de julio de 2020

Kim - Rudyard Kipling

Si yo hubiera leído este libro de joven, quizás hubiera comenzado a escribir bajo su influencia. Quizás, digo, hubiera escrito la historia de un monje llamado Urlstan Chulpadalasang que vagase por el Asia Central, la India, Japón, buscando algo que ni él sabe lo que es y que acaba harto de tanta búsqueda cuando se encuentra con el terror ante la supuesta llegada de Maitreya. Todo eso lo podría haber escrito de haber leído Kim de joven, pero eso no ocurrió. Eso ha ocurrido ahora y nuevamente las coordenadas del espacio tiempo se han mezclado o se han intercambiado o simplemente nada importa una linda mierda.
Este libro, Kim, escrito por el inglés Rudyard Kipling contiene en esta edición de Pinguin Clásicos un prólogo de Edward Said, crítico y teórico palestino-estadounidense que te chafa la guitarra y te condiciona la lectura y lo hace con razón. El libro de Kipling, el viaje de Kim y el lama por la India, nos dice Said, no es más que la legitimación de la presencia británica en la India, la justificación de porqué tienen que estar los británicos en la India y la India vista desde esa óptica. Con todos los prejuicios y todas las consideraciones de superioridad cultural que tiene un escritor como Kipling que siempre justificó el imperialismo británico como algo natural y bueno. Él mismo era hijo de ese sistema, ya que su padre era funcionario del sistema en la India y así se crió. Todo, pues, los personajes, su comportamiento, su pintoresquismo, lo bueno y lo malo que hacen, está puesto bajo el filtro de esa mirada imperialista de Kipling. Una vez sabido esto, el libro.
El libro es fascinante. Una cosa no quita la otra y el mismo Said lo dice. El libro es una obra maestra. Y sabiendo de dónde te viene la hostia, todo es de otra manera. Kim es un niño que vive en Lahore. Es hijo de un soldado irlandés que muere de su muerte y su borrachera y deja al crío a la buena de dios por esas calles donde el chaval se mueve como pez en el agua. Como si fuera de allí. Pero no es de allí. Ese es el concepto. Parece de allí, habla como los de allí, incluso puede hacerse pasar por alguien de allí, pero no lo es. Es un sahib. Es un blanco. Y quien lo sabe y cuando lo sepa él, le cambia la vida.
Así, parte con un lama, un monje tibetano de quien se convierte en sirviente, en un viaje hacia un lugar que el lama ha soñado. Pero Kim va con otro propósito ya que está participando, como un juego, en el Gran Juego. En la pugna que llevaron (y llevan) Rusia y Gran Bretaña por dominar Asia Central y la India.
El libro nos habla de ese viaje y de las misiones que tiene que llevar a cabo Kim. Y de la gente que se encuentran, de los personajes, las religiones, las creencias, y te atrapa.
Y no es fácil de leer. No es un libro sencillo, no es un libro para niños. Utiliza palabras y da por sentadas cosas que un lector que no quiera mirar la guía del final o incluso mirándola, pueden hacerle perder las ganas de seguir. Pero sigues. Y sigues caminando con el lama y con Kim y con el vendedor de caballos y con el babu y con Lurgan. Y no sé.
Y yo posiblemente nunca vaya a la India, pero... no sé. Quizás tendría que leerme algo de alguien que contara la India sin ese barniz imperialista. Lo tendría que hacer.
Pero el libro entretiene, te pica la curiosidad, te da ganas de saber más y ya por eso, merece la pena.
Lástima que ya no me vaya a influenciar en nada.

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