Siempre me ha interesado esa jerga que emplean los rastas. Hablan de batallas que no puedes encontrar en los mapas. Batallas como la batalla por lo verde o por lo rojo. Una batalla que nos incumbe y que nos preocupa. Una de esas batallas que se dirimen y que sirven para delimitar un espacio, para hablar de una tradición, para hablar de un hilo, para hablar de los tiempos, para traicionarlos, para ponernos melodramáticos, para demostrar un desconocimiento deliberado del espacio y del tiempo, para demostrar un interés nunca ocultado por llevar el ascua hacia una determinada sardina, para hacer de un agravio una manera perenne de funcionar, para estar anclados en un memorial de decisiones que se hicieron a sabiendas que no estaban hechas nada más que para hacernos la púa y sin embargo aquí seguimos, haciendo cantos a la resistencia, para hacer fiesta y coros y danzas cuando otros abandonaron porque nos quedábamos con más espacio, para hacernos preguntas sobre la pervivencia en el espacio, a la capacidad increíble que tenemos de seguir agarrados al ascua ardiendo porque de esa ascua depende nada menos que uno de los elementos del rondel, no el verde, el oro. Tipo test sobre el espacio, urgentemente.
Del oro y no del verde es de lo que estamos hablando aquí. Del oro y no de otra cosa. Del verde podemos hablar largo y tendido y de lo que significa lo verde hoy en día. Ciertamente importante. Siempre lo ha sido, o al menos desde hace suficientes años como para habernos dado cuenta de que eso era así, eso ha sido así y ya hemos visto que eso será así. Lo verde es lo que, tarde o temprano, iba a pasar. Pero hablemos del oro.
Aquí estamos por el oro. Fuera del verde podríamos ser estupendamente dignos, pero todo nuestro conocimiento, todos nuestros títulos, todo el bagaje y los seguidores en twitter se quedarían en una pequeña anécdota sin más traslación en rendimiento económico como esa mierda que te comas. Es así. Y por el oro , brillamos. Por el oro, somos brillantes. Así que los aspavientos y los cantos a las democracias y a las participaciones y a las revoluciones que han de venir, se quedan en meras palabras que se han de llevar el viento porque dentro de dos años no se va a hablar de verde, qué digo dentro de dos años, dentro de este mismo año, no se habla de verde, se habla de oro.
Así que por el oro vamos a tener que envainarnos esos aires, esos twitters, esas camisetas y esos alardes para seguir trabajando en lo que estábamos. Pero ¿dónde estábamos? ¿O no? ¿O cuál es la alternativa? La alternativa quizás se presenta como un zumo de arándanos que yo no es que sepa mucho de dietética pero si el rondel verde quizás es algo de aquella manera, con el zumo de arándanos nos podemos cagar. ¿Serán los aspavientos y los golpes en el pecho el preludio de algún tipo de algo lo que fuera no quiero ni imaginarme porque es que supongo que a nadie se le habrá pasado por la cabeza? Oro, verde.
Y mientras tanto, la gente sigue mirándonos cada vez con más cara de extrañeza. Como si fuésemos parte de un mundo ajeno a todo. Los verdes, los rojos, los morados, haciendo profesión de fe, de adhesión a lemas, a sonrisas, a slogans, a cabreos, a compromisos inquebrantables, a palabras vacías de cualquier contenido real. A todo.
Y mientras tanto, preguntemos por la calle si el rondel verde o el zumo de arándanos o las piñas van a ser lo que se va a llevar la próxima temporada. Qué calle. Estoy preparando otra cosa, ahora no tengo tiempo. Siempre hablan de batallas que no puedes encontrar en los mapas.
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