martes, 14 de diciembre de 2021

Cuidados


Como uno es un poco maniático, no he visto el programa Master Chef creo que nunca. Y si lo he visto ha sido un rato y nunca vi a Verónica Forqué en esta edición. Y si vi algo fue en twitter cuando destacaban algún momento en el que a la actriz se le iba de la manos o tenía alguna reacción que, convenientemente editada, daba juego para ser viralizada. No creo haber llegado a abrir más de uno o dos enlaces con algún vídeo suyo. Porque la imagen que yo tenía de Verónica Forqué era la de sus papeles en las películas de los ochenta, o la de la madre de aquellas hermanas de Pepa y Pepe, entre medio hippy, medio fuera de lugar, medio inocente y... no sé. Era una imagen que nada tenía que ver con lo que parecía haber ocurrido después. Su divorcio, las entrevistas que daba, cómo explicaba su situación o, cosa frecuente en los actores y actrices de aquellos años ochenta, sus opiniones sobre temas de política y sociedad, te situaban frente a una persona que no era lo que tú esperabas. Se notaba que había algo que la había jodido y mucho. Y sin embargo, ahí estábamos todos, consumiendo en directo su desparrame y gozándola con sus vídeos. Y alguien, con menos escrúpulos todavía, disfrutaba más con las audiencias, los clicks, el beneficio material que se puede sacar de la jugada de tener a una persona que necesita otro tipo de cuidados, expuesta. 

Se nos llena la boca de cuidados. De cuidarnos. De ser respetuosos con las circunstancias de las personas antes que por su utilidad hacia nuestra causa concreta o nuestro beneficio. Pero se nos llena la boca a toro pasado, no durante. Vivimos en un tipo de sociedad en la que las buenas palabras, las frases hechas, los buenos sentimientos, las mensajes melifluos se nos presentan ya cuando el daño está hecho. Incluso cuando se está haciendo un daño que puede ser irreparable, no se vacila un solo momento a la hora de apretar un poquito más. Es una pena, pero persevero. Porque pretendemos que esos cuidados, esas buenas intenciones, ese entendimiento de las circunstancias de cada uno, solo se entienden en un sentido y suele ser el sentido que más nos conviene. Y por un lado pedimos árnica y por otro continuamos pergeñando lo que nos conviene. A veces, incluso puede darse el caso de que se pierda tanto de vista de que va lo de cuidar a la gente que lo hagamos sin saber, sin conocer, creyéndonos de verdad que nosotros y solo nosotros, somos los destinatarios de esos cuidados que reivindicamos como un principio general. 

Así que así nos encontramos, preguntándonos cómo hemos podido perder a Verónica Forqué, poniendo el grito en el cielo, el mohín de disgusto, el qué lástima, mientras seguimos apretando el cuello de quien quizás, solo quizás, se encuentre al borde, muy al borde. 
¿El fin lo vale?

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