lunes, 21 de marzo de 2022
Cuento irlandés
En el pueblo nos conocíamos todos pero al viejo Moran lo íbamos conociendo cada día. Todos los días, después de trabajar cada uno en lo suyo o en nada, acabábamos en la taberna de Fynch. Y todos los días aparecía el viejo Moran. Y cada día era una persona nueva. Cada santo día el viejo Moran tenía un perfil diferente. Un día pedía cerveza, otro día pedía algún licor. Un día cojeaba de una pierna, al día siguiente estaba afónico, dos días después estaba tuerto. Un día era un hombre sano como un roble. Un día apenas podía balbucear algunas palabras en inglés y al día siguiente declamaba como si hubiera estudiado en Eton. Un día dominaba los dardos y al día siguiente jugaba al fútbol como un adolescente en flor. Un día cantaba con una voz dulce como la de un pájaro y al día siguiente su voz era una auténtica lija. Un día odiaba a los protestantes y al día siguiente se cagaba en todos los curas. El viejo Moran tenía mujer e hijos. El viejo Moran era soltero. El viejo Moran estaba a punto de morir y venía a la taberna a despedirse de nosotros porque se marchaba para siempre. Al día siguiente el viejo Moran nos hablaba sonriente de cómo había ido hasta el pueblo vecino caminando y había vuelto sin desfallecer. Un día el viejo Moran llegó diciendo que se había perdido y que por favor llamaran a la policía para que le llevaran a su casa. Al día siguiente el viejo Moran llegó diciendo que las cosas en ese pueblo ya no eran como antes y se puso a explicarnos viejas leyendas del pueblo y pasamos una velada interesantísima escuchando los árboles genealógicos de cada uno de nosotros. El viejo Moran venía diciendo que su hijo estaba en Boston. El viejo Moran venía diciendo que su hija vivía en Manchester. El viejo Moran venía diciendo que sus hijos le iban a enviar a Australia para quitárselo de encima. Al día siguiente no le vimos más.
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