Era yo, Baal. Era yo ese con quien te cruzaste aquel día de primavera en el que la gente procuraba resguardarse de un sol extemporáneo. Era yo, Baal. Aquel que se te quedó mirando porque te reconocí al momento. Hacía tiempo que no te veía pero hacía tiempo que te estaba buscando. Hacía tiempo que estaba perdido y de repente, al verte, Baal, recobré mi alegría. No te habías ido, seguías entre nosotros. No me reconociste aunque me quedé quieto en mitad de la calle y te seguí mientras pasabas a mi lado. Te quería preguntar tantas cosas. ¿Cómo sigue toda esta historia? ¿Merece la pena esperar a que des un paso adelante y por fin lleves a cabo todo aquello que nos prometiste? ¿Te acuerdas de nosotros? ¿De qué manera podemos ayudarte a que te sientas convencido de que te estamos esperando si ya cada vez somos menos los que te vemos y los que te sentimos y los que te adoramos? ¿Nos quieres, Baal? Oh, grande y majestuoso Baal, tu presencia de nuevo entre tus creaciones nos llena de un regocijo especial, porque hace tiempo que muchos perdieron la esperanza de volverte a ver. Creyeron muchos haberte perdido y...
- Te repites, mortal. Vuelves a contar una y otra vez la historia de nuestro encuentro cuando ese encuentro ya lo has contado, cuando todo lo has vivido ya, cuando sabes que no voy a hacer caso de tus demandas, de tus lloriqueos, de tus peticiones. Te repites, mortal, y me resultas cansino, molesto, insoportable. Y me da igual.
¡Baal! Tu indiferencia es impostada, tu desapego no es verdad, sabemos que nos quieres y que nos cuidas desde la distancia. Sabemos y queremos, oh gran Baal, que nos ayudes en estos días en los que nos sentimos tan solos.
- Yo así no puedo.
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