Este viaje tiene una previa. Esa previa tiene que ver con Cuba. Mi grupo de amigos y amigas de la adolescencia eran gente militante. Esa gente militante generó un vínculo especial con Cuba y su revolución durante años y todos ellos y ellas acabaron participando en las brigadas que se organizaban desde mi ciudad para colaborar, aprender, participar de la manera que fuera de la experiencia revolucionaria cubana. Yo participaba de la experiencia pero desde aquí. Cuando hablaban de sus vivencias allí, de lo que habían aprendido, de las personas que habían conocido, de lo bien que les había sentado conocer de primera mano lo que era Cuba y no lo que contaban los medios, yo me sentía identificado al máximo con ellos. Participaba de su excitación previa a los viajes, de los preparativos, luego de los mensajes que enviaban, los correos electrónicos, las contadas llamadas, los relatos de la vuelta. Pero había algo que me empujaba a quedarme en casa cada vez que se organizaba una nueva brigada. Quizás, lo suelto ahora así a voleo, todo me recordaba a cuando mi madre quería apuntarme a un esplai durante los meses de verano para que no me aburriera en casa después del colegio y yo me negaba en redondo. No quería pasar el tiempo que era para no hacer nada, haciendo algo. Una posición egoísta pero que siempre trataba de maquillar diciendo que si el viaje, que si el avión, escudándome en mi fama de débil y torpe para los trabajos manuales como excusa infalible para que no contasen conmigo para trabajar... así que nunca fui a Cuba.
Pero fui a Cuba. Todavía conservando aquel viejo grupo de amigos y amigas, por motivos de trabajo hicimos un grupo de colegas del que salió una especie de pequeña banda de cinco personas, tres chicos y dos chicas. Cenas, vermuts, bocadillos, excursiones, visitas a pueblos, nos vamos a Cuba o qué, venga, vamos, pero... pero es que yo Cuba.. pero tú Cuba qué. Es que yo ir a Cuba... y les contaba mi teoría de que en realidad lo que me pasaba es que no quería decepcionarme con Cuba. Que no quería que la imagen que yo tenía o la que me había construído, los relatos de mis amigos, todo aquello, luego no fuera la realidad. Que la realidad no exclusivamente militante fuera otra. Vamos, que me daba palo. Y que tampoco me molaba el rollo de ir a 'un país pobre' a aprovecharme de la necesidad de la gente. Yo que sé son muchas cosas.
Fuimos a Cuba, pero en plan completamente alejado de todo lo que sonara a política. Una semana. Varadero. Hotelazo, pulsera, toda la pesca. Nos hicieron un tour por la Habana, visita a La Habana Vieja, la bodeguita de enmedio, perdón, La Bodeguita del Medio, el Malecón, estuvimos en algunos sitios así donde se bailaba y tocaban músicos y muy buen ambiente. La Habana me pareció una ciudad encantadora y yo al final también caí enamorado de esa especie de decadencia orgullosa que presentaban sus edificios y sus gentes. Una decadencia superficial porque me pareció que aquella gente estaba viva y bien viva. Al final no lo pude resistir y me fui a ver la plaza de la Revolución con el Che gigante y me hice la foto de rigor allí.
Hicimos excursiones también a otros puntos de la isla. Fuimos a Santiago, Matanzas, Camagüey... estuvimos en una especie de espectáculo de esos en los que se recrea la antigua música de los esclavos en los ingenios y me quedé maravillado. No todo era música y baile, también finalmente hablamos de política. Pero como mis amigos y amigas no estaban por la labor no entramos mucho en discusión. Cada día hacíamos una excursión y solo una noche dormimos fuera del hotel, en Santiago de Cuba. Si La Habana me gustó, Santiago tenía algo que no sabría explicar. Si me tienen que buscar algún día que me pierda, que me busquen en Santiago. En una especie de tugurio, una tabernita que no estaba ni en la zona turística ni en ninguna parte y no sé cómo fuimos a parar allí, escuché a unos chavales cantando una especie de hip hop que me pareció inclasificable. La gente era súper amable y muy cariñosa.
En Santiago les pregunté a unos tipos que iban vestidos con uniforme y que parecían guardias de los CDR sobre si se acordaban de la gente que iba a las Brigadas. Claro, me decían, y me contaron lo contentos que estaban de recibir a gente y el trabajo que les daban porque los españoles, decían, eran muy.... Pregunté si conocían a alguien de Santa Coloma y me dijeron que sí, claro. No quise preguntar más. Tampoco es plan de chafarle ni siquiera los recuerdos a alguien que seguro que tiene en su cabeza una impresión y la que dejó fue otra.
Volvimos de Cuba. Éramos cinco y de los otros cuatro salieron dos parejas. Ellos han seguido yendo con cierta regularidad. Yo ya he cumplido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario