Tokyo no está de moda. De ser un lugar de referencia durante décadas, se da la circunstancia de que hoy preguntas si apetece hacer un viaje a Tokyo o a otro lugar de Asia y Tokyo ha perdido caché. Parece que no nos gusta ya ese alarde tecnológico, esa población que conjuga la tradición y la modernidad, esa sobreexposición de la imagen, esa hiperaceleración de la vida moderna, ese futuro infernal en la tierra y parece ser que preferimos ahora esas otras experiencias más 'auténticas' de países en desarrollo o en los que nos podemos encontrar con parajes naturales, personas virginales, lugares que no han sido todavía, oh parguelas, mancillados por la mano del hombre, del hombre blanco por supuesto.
Fui a Japón solo. Fui a Tokyo solo. De los pocos viajes que recuerdo haber hecho solo. De chaval, cuando era un crío, era un enfermo de las series que daban en la Tv3, los dibujos animados del Son Goku, de la Arale, del Musculator... un enfermo. De ahí di el salto a los cómics, de los comics, al manga y a las pelis como Akira y mi única fijación era viajar a Tokyo. Trabajaba los veranos y sacaba dinero de donde hiciera falta para poder ir a Japón, la cuna de la cultura de referencia, mi referencia. Lo conocía todo y me moría por ir. Finalmente, y a través de unos vecinos que tenían contactos por allí y que me ahorraban el alojamiento, pude consumar mi sueño. Tenía yo 20 años y aproveché las vacaciones de la Uni para hacer el viaje.
Era la primera vez que montaba en avión y ya desde el primer minuto caí fascinado ante la tecnología. La tecnología que yo había visto en colores, en películas, en los papeles estaba allí nada más subirme al avión. Llegar a Tokyo y caer rendido a todo lo que mis ojos no eran capaces de procesar. En aquellos años, Tokyo era una ciudad brutal, gigantesca, hiperpoblada, en la que lo que parecía... pero menos. Porque fui a dar a un barrio que se encontraba lejos de donde estaba todo aquello que parecía que fuera Tokyo en su totalidad. El barrio se parecía más a lo que reflejaba la serie del Doraemon y la casa donde vívía Nobita o Shin Chan que a lo que yo había visto en Akira.
El viaje iba a durar diez días. Me había hecho un plan de actividades, de visitas, de paseos... sobre todo me interesaba pasear y entrar en restaurantes o bares o tiendas, sobre todo las tiendas, quería comprar y traerme cosas de Japón. Quería ir a ese cruce que sale en todas las películas, en todas las fotos, quería ver las luces, quería saber qué era lo último que se habían inventado los japoneses para hacernos la vida más sencilla. Quería ver a gente vestida de la manera tradicional, quería visitar algún palacio, quería todo.
Y hice bien poco. Como digo, el barrio donde me alojaba y la familia con la que estaba, vivían lejos de todo aquello y eran bastante comunes. Comunes significa que no tenían nada que ver con lo que yo había visto e idealizado. Pero me dio igual. El simple hecho de estar allí y de dejarme llevar por esas calles que no tenían aquel glamour o aquella intensidad de impactos visuales que esperaba encontrar. El impacto de Blade Runner, de aquella imagen de japonesa omnipresente en una pantalla gigante. No era Tokyo aquella ciudad. Pero en mi cabeza iba buscando eso. No lo encontré.
Comí su comida, bebí cerveza, pero no me pude gastar mucho dinero porque efectivamente era todo muy caro y me tuve que conformar con lo que había cerca, muy cerca del sitio donde me alojaba. Intenté hacerme el simpático con quienes yo pensaba que podrían ser de mi rollo. No me entendía nadie o no me querían entender y lo entendí, porque así era la gente que yo había idealizado. Un viaje que me abrió mucho los ojos respecto a la cultura japonesa real que tenía mucho más que ver con eso que yo había idealizado de lo que parecía. La realidad se parecía a la ficción.
Continúo siendo un gran amante de la cultura japonesa. Se me llevan los demonios cuando la gente dice que no, que Japón no, que prefieren Vietnam o... pero por favor.
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