lunes, 27 de febrero de 2023

Carnaval


 Al doctor Urrezti no le gustaba disfrazarse. Su padre, don Esteban Urrezti ya le había advertido en su momento que disfrazarse no iba con ellos. Eso de disfrazarse era una diversión de la gente llana y ellos no estaban para eso. Para ellos la vida misma era un disfraz en el que tenían que representar que eran algo diferente. Otros debían hacer eso unos días señalados al año, para ellos, aquello era la vida misma. Así que con esa premisa al doctor Urrezti le sorprendió que un día, en el Hogar de Homenaje, el club social del pueblo, se programara una fiesta de disfraces por primera vez en su historia. Una historia centenaria, como rezaba en la puerta misma del Hogar de Homenaje, y ese cartel no estaba datado así que quién sabe cuántos años tendría el Hogar de Homenaje o si bien el cartel estaba puesto en previsión de que algún día la entidad fuera centenaria y así acertar de alguna manera. Esto pensaba cada día el doctor Urrezti al pasar por allí y se quedó en estado de shock cuando supo de la fiesta de disfraces. El Carnaval del pueblo, era muy conocido en los contornos, todo el mundo había ido alguna vez y todo el mundo tenía una anécdota que contar sobre él. El doctor Urrezti, durante esos días, se encerraba en su casa y no frecuentaba las calles. Ni siquiera acudía al Hogar de Homenaje. El anuncio de la fiesta de disfraces le sacudió por dentro. Por un lado le enojaba que el prestigioso club sucumbiera al frenesí vulgar del Carnaval. Pero por otra parte, le parecía que si el club había decidido instaurar una nueva tradición como la del cartel centenario, pues habría que llevarlo a gala. En esa tesitura se encontraba cuando un día apareció por casa don Carlos Ehepare y le preguntó si ya tenía claro su disfraz. El doctor Urrezti le dijo que sí, que lo estaba mirando, pero la verdad es que estaba pensando en no disfrazarse. Por favor, le dijo Ehepare, cómo no se va a disfrazar... el día de la fiesta, el doctor Urrezti salió de casa con un disfraz que le pareció ideal. Una máscara de calavera, un traje rojo, un terrorífico conjunto para demostrar que él y los de su clase, si dejaban de representar, daban aún más miedo que de normal. Al doblar la primera esquina, unos niños comenzaron a burlarse del traje, las risas aumentaron cuando se unieron los mayores, transeúntes, peatones, disfrazados, todo el pueblo. Lo que no sabía el doctor Urrezti es que ellos también se reían de él cada día.

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