lunes, 3 de julio de 2023
Crónica de un viaje al Maestrazgo. Existe, Teruel.
La fotografía que ilustra esta pequeña crónica de un viaje al Maestrazgo turolense es de una de las cascadas que siembran de frescor tobillero y más el camino que lleva de Pitarque al nacimiento del río Pitarque. Una auténtica maravilla de camino sin cuestas y sin bajadas que se hace tranquilamente (en la ida no nos cruzamos con nadie) y que bordeando el río te lleva a un espacio en el que estás deseando meter los piececitos aunque sabes que se te pueden quedar en el sitio. Frescor, tranquilidad, Teruel.
No sabíamos dónde ir, pensábamos que lo suyo sería Huesca, pero no estaba disponible, así que en un alarde y porque servidor es un poco friki del tema histórico y el Maestrazgo me sonaba de mis tardes siesteras viendo la Enciclopedia Larousse y leyendo sobre las guerras carlistas y sobre el general Cabrera que se hizo fuerte en Morella y al que llamaban el León del Maestrazgo, hizo que me decidiera a proponer esta zona desconocida como destino para pasar unos cuantos días. Y la propuesta fue bien acogida y allá que nos dirigimos. Sin duda, si lo que queríamos era tranquilidad, escapar durante unos días, ver otra cosa y que fuera una cosa diferente, es el lugar.
Desde Santa Coloma son tres horitas y algo de camino, paramos a comer en Falset y nos adentramos en esa zona que recuerdo de mis tiempos de estudiante universitario, cuando conocía a gentes de lugares tan remotos como Tortosa y me contaban que para ellos la zona de Alcaníz, Tortosa y Vinarós era lo mismo, por vínculos familiares, lingüísticos, y que salían de fiesta por allí sin mirar fronteras. Carretera nacional, carretera comarcal, carretera local, vas transitando por montañas, valles, subidas y bajadas hasta llegar finalmente a una zona que no reconoces, que no conoces, de la que no sabes nada y en la que los pueblos van cogiendo un aire que promete. Antes de llegar a Cuevas del Cañart, donde tenemos la casa, se pasa por delante de un pueblo pequeño llamado Seno, al que no llegamos a entrar, pero que te llama la atención. Justo a la entrada del pueblo, nos recibe un rebaño de ovejas. Cuevas del Cañart pertenece a Castellote, pero tiene pinta de haber sido pueblo pueblo. No tiene más de 70 habitantes y nos dicen que en verano, ojo, llegan a los 300. Durante todos los trayectos que hemos hecho en cinco días nos habremos cruzado no más de veinte coches. Sin exagerar. Una primera vuelta de reconocimiento al pueblo y la visita a la piscina, porque el pueblo tiene piscina municipal, que usamos nosotros y la familia de los propietarios de la casa rural y se acabó. Nos vamos a dormir después de cenar y descubrimos que tenemos calor, pese a que nos hemos informado (de lo poco de lo que nos hemos informado) de que por las noches refresca. Pues no.
El primer día vamos a visitar pueblos que hemos leído y nos han dicho, que son bonitos. Mirambel y Cantavieja. Nada más dejar el coche en Mirambel vemos un panel en el que nos dicen que allí se rodó Tierra y Libertad. Pues para qué más. El pueblo parece pintado. Una cosa pequeña y bonita que, pese al calor, se recorre bien y tiene su bar y su cocacola fresquita para seguir el camino. Cantavieja está en la cima de un peñascal, desde abajo o desde lejos, impone, llegar es una pasada y el pueblo, cáspita, resulta que fue la capital del pequeño reino carlista de Cabrera, casi a la par que Morella. Visita al pueblo, callejear, comprar quesicos, el castillo, el espejo, y de repente, después de comer, lluvia torrencial mientras intentábamos hacer tiempo para visitar el museo de las guerras Carlistas. Ir de viaje conmigo no es fácil. Pero la pedregada que cayó, ayudó a llevar esta visita con más calma. Las guerras carlistas, ese conflicto entre liberales y ultramontanos, entre la modernidad pretendida y el tradicionalismo, una guerra que seguimos arrastrando, una guerra que esconde muchas aristas y no es todo tan simple y sencillo, aunque el trazo grueso puede ayudar a explicar cosas, otras no tanto. En todos estos pueblos hay siempre un panelito donde explican cosas de estas guerras. Yo he disfrutado como un cochino.
Volvemos para nuestro pueblico. Los propietarios son Merche y Jose. Merche habla muy deprisa y Jose no. Merche hace mil cosas, Jose también. Tenemos desayuno y cena incluídos, cocina casera, pero casera que cumple con lo que se espera, llenar la barriga y no andarse con hostias. Cuevas del Cañart fue grande una vez, tuvo un convento de monjes que quedó destruído, tiene una iglesia tocha como todos los pueblos y resulta que esperamos al último día para descubrir la plaza mayor del pueblo, un lugar precioso para hacer el gintonic, que pillamos tarde.
Al día siguiente, excursión a Pitarque para ver el nacimiento del río ídem. El camino de ida es muy guapo, con una carretera un poco meh y mucha cuesta y mucha curva pero está ahí al lado. Pitarque es también pequeño, lo recorremos un poco, y vamos para el camino. Es una hora de paseo, pero te vas parando en cada rierol, en cada cascada, en cada vez que te puedes acercar al río... qué fresco, qué tranquilidad, qué cosa. Uno, que no es Rodríguez de la Fuente precisamente, disfruta con estas pequeñas cosas, sin prisas, sin pretensiones, tranquilamente, y sin mucha dificultad. Llegar al final, con la chicharra que nos viene, con tanta agua, fresquito, qué bien. No nos hemos cruzado con nadie, cuando llegamos no hay nadie, al volver son tres parejas contadas las que nos tropezamos. Bocata de bacon queso escuchando conversaciones sobre la vida y sus milagros y sin poder desconectar porque se oyen cosas que le hacen a uno pensar. En realidad, uno piensa durante este viaje mucho, sobre muchas cosas, pero sobre todo sobre lo que somos y a quién le hablamos. No se me va de la cabeza.
Por la tarde nos volvemos al pueblo y vamos al Chorro de San Juan y visitamos las tumbas que, ojo, no se sabe de cuándo son. Nada. No se sabe. Unas tumbas, excavadas en piedra, que no se sabe de cuándo son, si son íberas, si son visigodas, si son medievales... nada.
No nos encontramos con muchos vestigios musulmanes. Los Templarios aquí debieron dejar esto hecho un solar. Porque esto se llama el Maestrazgo porque el rey de Aragón les cedió a los Templarios la gestión y defensa de este territorio tras su conquista. Luego se pulieron a los templarios y vinieron los hospitalarios. Esta zona está comunicada regular, en todas partes se dice que es una zona que no tiene interés agrícola, ni tiene población suficiente, pero... ay. Resulta que ya tiene interés y ya están los pueblos movilizándose para que lo poco que tienen no se pierda. Hay carteles contra las minas, porque resulta que las empresas como Pamesa, de la vecina Castellón, quieren aprovechar los yacimientos de arcillas y piedras y tal que hay para explotarlas ya que la guerra de Ucrania les ha chafaado la guitarra. Y claro, eso destrozaría el patrimonio. Pero las administraciones están de cara con las empresas y todo se pone a favor. De momento van a cerrar dos meses una carretera fundamental para la comunicación, porque así se facilitará después que los camiones... todo es así.
El sábado nos vamos a las Grutas de Cristal, una maravilla que da lástima visitar porque sabes que te lo estás cargando yendo allí. La cara del guía lo dice. Las grutas están en Molinos y Molinos mola porque hay un bareto que ponen unas tapas buenísimas. Nos lo dijo la Merche y no nos lo creímos, hasta que lo vimos. Qué rato más bueno en Molinos, sin hacer nada más que estar al fresco en la plaza, que si ahora llega una, que si ahora llega el otro, que si venís, que si vais. Niños y niñas en la piscina y bañándose en el río por mitad del pueblo, cosas que tú crees que tienes muy vistas pero no las tienes nada vistas. No sé, otro ritmo, otra cosa. Ese sábado, que nosotros preveíamos movidísimo porque nos cruzamos un coche al salir de Cuevas, pues tampoco. Damos otra vuelta por el pueblo y como digo, de chiripa nos encontramos con una plaza mayor que no teníamos controlada (de los productores de 'me perdí en el Porrosillo llega, no ví la Plaza Mayor de Cuevas de Cañart), gintonic fresquito en el fresco, con la imponente iglesia de rigor delante y a dormir, arropadito. Tan a gusto.
Al día siguiente nos despedimos del pueblo y de nuestros anfitriones y vamos a pasar la mañana a Castellote, nos comemos otro bocata en el bar del pueblo y palante de vuelta.
Vas a dos mil quilómetros buscando algo auténtico, algo que te impresione, algo que te inspire algo de calma, y resulta que existe un lugar ahí escondido, de acceso no fácil pero tampoco imposible, con el que de repente y sin pensarlo, conectas. Y eso es lo que me ha pasado a mí. Y te puede pasar a ti.
Lugares tan remotos como Tortosa... I jo hi vaig cada cap de setmana. A regar i alimentar la gata, ha, ha... Ah, i soc l'Albert, en Pau és el meu fill...
ResponderEliminarquan vaig arribar a la Universitat conèixer gent de Tortosa, per exemple, va ser tot un descobriment. no sortia molt de Santa Coloma, jo.
Eliminarencantat, Pau!